La paciencia
Llevo varias columnas tristes sobre el Barça desde que comenzó la temporada. No hace falta explicar el motivo, pero ahí va: el Barça ya no es el que fue. Poco a poco se fue desdibujando, perdiendo su brillantez y el tiki-taka, aunque fue ganando solidez. Tecnología alemana que dirían algunos. Se volvió más maquinal y competitivo que bello. Antes practicaba un fútbol hecho por renacentistas, ornamentado, admirable, etéreo, con cierta fragilidad y en los últimos años y cada vez más, se fue vulgarizando, pero siguió, al menos en Liga y Copa, ganando mucho, incluso con un juego dudoso. ¿Y entonces qué pasó? Pasaron varias cosas: cambios de entrenadores, retiradas de jugadores históricos, pasó la edad y pasó también la actual directiva, que demasiadas veces ha dado la sensación de estar improvisando y de haber convertido a un equipo gigante en un mercadillo. Pasó Neymar (de largo, quiero decir) y sobre todo pasó Anfield. La herida de Liverpool desnudó algo que ya estaba presente en el fútbol del Barça y que ahora es evidente: que el Barça era muy débil en el área propia. Jamás se oyó comentarlo el año pasado, la enorme suerte que los culés estaban teniendo en defensa, con un enorme Ter Stegen y unos delanteros rivales que fallaban lo imposible.
Yo tenía claro que una delantera poderosa nos machacaría. Y llegó Anfield. Y ya se sabe. Y luego la final de Copa. Y ahora sucede en cada partido. El Barça se ha convertido en un equipo hipervulnerable. Cualquier delantero gana con facilidad la espalda a la defensa, nos hacen muchas ocasiones de gol y nos marcan muchísimo. Por eso Setién y las ganas de tener la pelota. Todo parte desde la pelota, lo decía Cruyff y la idea sigue vigente. La pelota nos dio el poder y ella nos lo tiene que volver a devolver. A partir de ahí, se construirá lo demás. Tenemos que ser pacientes, pero en estos tiempos convulsos de titulares apresurados, quién lo es. Ojalá los futbolistas del Barça lo sean, porque los aficionados hemos dejado de serlo hace ya mucho.