Valverde, la herida dignidad
La primera vez que escuché hablar de las virtudes de Valverde fue en una charla con Guardiola. El que luego sería entrenador del Barça decía que Valverde era quien debería entrenar a los azulgrana. Aquel exfutbolista tímido era un sabio del fútbol y el autor de algunos de los más bellos goles que él había visto. Cuando el Barça iba a disputarle a su ex, el Espanyol de Abelardo, ex del Barça por otra parte, vi otra vez uno de esos hermosos goles que combinaban el ritmo de un hombre paciente con la inteligencia de un músico.
Valverde se hizo cargo del Barcelona y en sus éxitos y en sus fracasos me acordé de aquel padrinazgo de Pep. Lo vi eficaz para limar torpezas de la gestión del club, que deja caer al campo de juego su desinterés por la gestión humana; y observé delicadeza para convertir la mala fortuna de sus futbolistas en un proceso lógico de adaptación a “las circunstancias” que, como decía el primer ministro inglés MacMillan, eran los peores enemigos del hombre.
La histeria es reflejo de una falta de respeto envuelta en un amor alborotado a un club cuya identidad despilfarran. Un partido notable, acabado en derrota por fallos insensatos de la defensa, fueron materia para cavarle a Valverde una fosa de desprestigio… En circunstancias así de dramáticas, entrenadores ilustres o futbolistas cuya historia vale más que un suspiro directivo, han sido despreciados por gestores desavisados cuyo libro de estilo ni roza el conocimiento del esfuerzo preciso para sobrevivir en el campo de juego con la dignidad que eleva la moral de Valverde hasta en las peores horas.