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Aún recuerdo con pánico cuando Guardiola se marchó a hombros del Camp Nou porque entendió que era el momento de abandonar. Me conmovió ver a Míchel ponerse de rodillas ante el Mérida. Pensé que no habría mañana sin Romario, Van Basten, Ronaldinho o Zidane. Sentí un vacío tremendo cuando Ronaldo se jubiló. Y me retorcí con los homenajes a Totti, Torres, Xavi e Iniesta. Pasan los años y nada cambia: odio las despedidas. Y no es cuestión de madurez. No me veo preparado. Por eso a mi madre todavía le suplico que no se asome a la ventana para verme marchar, como le prohibía a mi padre que acudiera a la estación. El fin de Héroes aún lo sigo asimilando y para el de Extremoduro ya he iniciado la terapia. Retirarse no es sencillo para el que lo ejecuta ni la retirada es un trago fácil para los que las soportan.

Aunque pueda parecerlo, no soy nada sentimental en Navidad y les aseguro que no suelo pedir cosas especiales para Reyes porque no hay ni un solo político con alma de satisfyer. Sin embargo, cuando llega el último día del año y asoma el primero del siguiente tiendo a hacer repaso en la soledad de la redacción. Y por encima de cualquier asunto futbolístico de 2019, y con el máximo respeto al vendaval Kloop, me quedo con dos momentos claves que marcarán nuestro futuro. Messi dijo, con el sexto Balón de Oro en la mano, que ahora sí ve cerca el adiós. Y Cristiano, siguiendo esta moda, también ha reconocido en estas vacaciones que ya hace planes sin balón. Con dardos así no sé ustedes, pero a mí no me apetece nada que avance el minutero, que lleguen las uvas y José Mota o que estrenemos este año olímpico con aroma a Eurocopa. Mi padre, que ha visto a los más grandes en directo y que es mi analista de cabecera, repite que cuando Lionel no esté entre nosotros apagará la televisión para siempre. Y ahora mismo ni veo un plan más certero ni conozco a nadie que me inocule esperanza.

Cómo duele una retirada. Quien haya jugado al fútbol, o sea uno de los familiares que rodean a los afortunados y afortunadas, saben que futbolista se nace y futbolista se muere. La vida es lo que ocurre entre la primera patada a un balón y el último sueño rumbo a portería. Puede que la competición te dé de lado un buen día por esa dura ley natural que te obliga a trabajar hasta los sesenta y tantos y que, sin embargo, no te permite esprintar dignamente a los cuarenta. Pero nada elimina la competitividad. Que se lo digan a mi admirado Carlitos Matallanas. Hace ahora 15 años de mi último partido oficial por los gajes del nuevo oficio y, pese a ello, mis botas se mantienen relucientes para las pachangas con los plumillas de El Mundo, las vendas aguardan en su sitio debidamente enrolladas para ir a La Elipa y la mochila continúa oliendo a Reflex al volver de La Chopera. Un futbolista que ha reconvertido su dedicación a tiempo parcial, que no un ex, sigue estirando al levantarse o en el cine. Un futbolista sin aquellas obligaciones come pasta y pollo en la previa de algo serio. Y un futbolista sin fútbol o sin equipo pasa por el hielo del gimnasio tras un esfuerzo en Mercadona o en la mudanza. Las rutinas quedan para siempre. En el último día de un jugador podrá haber o no extremaunción, pero seguro que no faltará la camiseta metida por dentro del pantalón rumbo al paraíso ni la lazada en un extremo del zapato para no entorpecer un posible pase de empeine a San Pedro.

Somos y seremos incorregibles, pese a tener mil cicatrices acumuladas de guerra. Por eso no dejamos de fundar nuevos proyectos futbolísticos, de organizar pachangas solidarias, de apuntarnos a los torneos entre empresas y, en definitiva, de vestirnos de corto cada vez que podemos o creemos que podemos. Esta semana, mientras me hacía otra resonancia e intentaba superar la claustrofobia, me acordaba de Messi, de Cristiano, de lo que nos queda babeando y de lo amargo que es dejarlo. Y qué quieren que les diga, a estas horas ando cagado. Por ellos. ¿Quién podrá igualarlos? Y por mí. Estos días me dirán definitivamente si esta espalda debe pasar o no por el taller. Y aunque mis familiares disimulan y cambian de conversación cuando llego a sus inmediaciones, sé perfectamente lo que piensan y desean sin reunir valor para aconsejarme. Retírate definitivamente, por favor. Menos mal que Messi sigue entre nosotros y que mi padre aún no ha apagado la tele. Ver a Raphael y a Joaquín estos días remangados siempre da alas. Feliz 2020 y que nunca, veteranos y noveles, nos falte el fútbol.