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Un Brujo, un Buitre, dos magos y quince ligas

El merecido reconocimiento al Madrid quedó en buenas manos, Amancio y Butragueño, que ocuparon casi cuatro décadas de la historia del club, probablemente las más prolíficas en títulos de Liga. Nueve conquistó el gallego, casi dos tercios de las que jugó. Seis el madrileño, la mitad de aquellas en las que estuvo. Dos ‘sietes’ de época que prendieron en la grada.

Amancio, El Brujo, asistió a los estertores del Madrid de Di Stéfano, con el que coincidió dos años, y fue el líder de la transición a los yeyés, generación que no llegó a tanto en Europa, pero que resultó insuperable en España. Se le reconoce como el mejor jugador nacional de los sesenta y los setenta. Compañero de viaje de Pirri y Velázquez, la valentía y la elegancia, tuvo de lo uno de lo otro para estar un punto por encima de los dos. Al Madrid llegó como 7, aunque de 8 casi 9 escribió sus mejores páginas, y regresó al 7. El arbitraje de hoy le hubiera hecho más grande porque las tarjetas no aparecieron hasta el 70. Le pegaron demasiado.

A Butragueño, El Buitre, del que soy coetáneo, lo vi de principio a fin. Líder de una generación irrepetible, su flechazo con el Bernabéu fue instantáneo. Ni Raúl, que acabó destronándole, ni Cristiano deslumbraron tanto al madridismo. No dejó los récords de los citados, pero en encanto les superó de largo e hizo un arte de parar el mundo en el área. Su caso, en estos tiempos de infantiles con padre, agente y asesor fiscal, no volveremos a verlo. Socio blanco desde muy niño, jugó en su colegio, el Calasancio, y nadie lo detectó hasta los 17 años. Incluso al Madrid se le escapó en la primera prueba. Cuando le ficharon ni siquiera tenía edad ya para jugar en el juvenil. Lo que vino luego fue un cuento de hadas.