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Se inicia este lunes en Madrid una cumbre contra el cambio climático, con la escalofriante incertidumbre de si no será ya demasiado tarde para recuperar un planeta que entre todos hemos contribuido a destrozar. A 600 kilómetros, en Cornellà-El Prat, reina exactamente la misma sensación de emergencia: quizá cualquier parche, giro de timón o golpe sobre la mesa resulte ya baldío entre tanto despropósito acumulado. Y, del mismo modo en que con el asunto climático poco se puede reparar sin el apoyo de mandamases mundiales como el incrédulo Trump, que niega la mayor, la inquietud principal de los pericos apunta por primera vez a Chen: ¿Qué piensa? ¿Cómo pretende solucionar esta gigantesca crisis? ¿Entiende al menos que el club y por tanto su bolsillo corren peligro? ¿O es que sencillamente ya tiene un plan B para pasar de largo como Mr Marshall?

En seis meses, el Espanyol ha pasado de ser la bomba, con el festejo por el épico retorno a Europa, a ser una bomba. De relojería. Y sin artificieros a la vista para desactivarlas, más bien envuelta de botones rojos que pulsar para que todo estalle por los aires. Chen decide hacer caja el verano en que cualquier canon futbolístico empujaría a reforzarse para afrontar tres competiciones. La dirección deportiva no pone el grito en el cielo, lo acata y cuando se requería precisión quirúrgica para acertar con los sustitutos de Borja Iglesias y Hermoso sufre un temblor que desgarra la piel. Entre unos y otros, tras la espantá de Rubi (que ya avisó, ojo) se precipitan con el entrenador, David Gallego, que a lo mejor no era tan malo como lo pintaban, y tampoco dan con la tecla, al menos por ahora, en la elección de un bombero que con su comparecencia tras el 2-4 de Osasuna puede haber avivado un incendio en el vestuario. Y los futbolistas, los protagonistas últimos de este dislate, no sólo no lideran la reacción sino que se muestran cohibidos, acongojados, casi inmóviles como maniquís cada vez que el árbitro decreta el inicio de un partido, ya no digamos al recibir un solo gol.

Y para colmo, como si esta historia la hubiera escrito un macabro guionista, el sábado aterriza el Espanyol en el Bernabéu y una semana después llega a Cornellà el Betis de Rubi y Borja, para cerrar el año frente a un rival directísimo, Leganés, que podría incluso relegar a los pericos al farolillo rojo durante la Navidad. Del arranque de 2020 mejor ni pensar. El futuro pinta tan devastador que, como sucede con el cambio climático, solo se salvará si todos los actores reaccionan, si incluso los negacionistas admiten sus errores y reman en la misma dirección. La única diferencia es que la Tierra seguirá existiendo sin humanos, pero un Espanyol en Segunda y con este alma inerte corre un serio peligro de desaparición.