Bendita esperanza
En tiempos de patriotismos exacerbados reconozco que el único nacionalismo que secundo es el del fútbol. Siempre me parecieron las banderas una manera de separar a las personas. Pero en el deporte y concretamente en el fútbol soy patriota hasta lo absurdo. ¿El mejor momento de mi vida? El gol de Iniesta. Sé que suena ridículo, pero jamás he vivido otro momento de semejante plenitud. La primera vez que haces el amor no es como soñabas; tu primer Mundial es mucho más de lo que imaginaste. Estúpido, lo sé. Pues desde hace unos meses ando un poco apesadumbrado, en este caso, por patriotismo liguero. Soy un culé que a pesar de querer que el Madrid pierda siempre —cosa normal—, echa de menos que los equipos españoles sean más dominantes.
En la última década le hemos dado verdaderos repasos a los equipos de Premier y Bundesliga. Las marchas de CR7 y Neymar han dejado a LaLiga algo huérfana, sin rival para Messi. Los Valverde, Zidane y Simeone aparecen mustios en comparación con la fuerza de los equipos y la excelencia táctica de Guardiola y Klopp. La cuestión es que el inicio de esta Liga, debido a la pretemporada ridícula de los grandes y el flojo rendimiento mostrado, me ha traído una llovizna interna, una especie de saudade de estos últimos tiempos en que en España se jugaba un fútbol superior. Pensé que jamás lo iba a decir, pero echo de menos a CR7. Su rivalidad con Messi era deliciosa. Echo de menos a Xavi e Iniesta, a Godín, a Xabi Alonso, a Di María, a Puyol, a Falcao, a Alves, a Pepe.
Soy cantautor, qué le vamos a hacer, la nostalgia es mi patria verdadera. Dicho esto, empiezo a recuperar la esperanza. El Madrid parece despertar. El Barça, melancólico en lo futbolístico, tiene destellos como contra el Dortmund. Y el Atleti jugó mejor que la Juve. Las temporadas son como acaban, no como empiezan. Recordemos el pésimo Madrid que Zidane heredó de Benítez, el Atleti que se encontró el Cholo o el Barça de Lucho, que hasta Navidad naufragaba. Todavía hay esperanza.