El equipo prefiere la rutina a la excitación

Zinedine Zidane suele referirse a la Liga como el título que más le satisface, por lo que tiene de recompensa al esfuerzo cotidiano y por llenar el vacío de los últimos años. El Real Madrid ha ganado en España menos campeonatos de lo que debería, por prestigio y potencial. Pocas veces se va a encontrar con más facilidades que esta temporada. El Barça está lejísimos de la versión que le ha permitido ganar la Liga en ocho ocasiones desde la temporada 2008-09 y el Atlético de Madrid es más vulnerable de lo habitual. Sin Godín, Filipe Luis y Juanfran, la vida es un poco más difícil. Sin embargo, el Madrid no lo aprovecha. Se parece al equipo de los últimos dos años: irregular, rutinario y poco fiable.

Su producción contra el Betis dijo casi todo de sus características. Los buenos propósitos le duran un cuarto de hora. No completa un buen partido de punta a punta desde hace mucho tiempo. Pasa de su afán por presionar con firmeza y en campo rival a una mecánica descosida. Es un caso de presión voluntariosa sin método detrás. Enseguida llegan los despistes, el decaimiento y el tran tran por todo el campo. La rutina, en definitiva.

El arranque del partido anunciaba una tormenta de goles. El Madrid quitaba y llegaba frente a un Betis inseguro y sofocado. No se aprovechó el asalto inicial y el Betis, que regaló la pelota durante casi 20 minutos, encontró a dos jugadores que le sacaron a flote. Uno fue Canales; el otro, Fekir. El Madrid les autorizó a hacer lo que mejor saben: manejar la pelota. Los dos zurdos del Betis le cambiaron la vida a su equipo y al Madrid, que se volvió largo y desordenado. Del resto se ocuparon los centrales del Betis, eficaces casi siempre, a pesar de la escasa ayuda que recibieron de Bartra, incomodísimo como medio centro.

El cambio de Benzema por Jovic en el Real Madrid-Betis (min. 83) que molestó a la grada del Bernabéu.

Esta tendencia del Real Madrid a descoserse es tan frecuente que sus aficionados no ven el momento de disfrutar de un partido completo, sin tacha, del equipo. Juega a base de espasmos y ocurrencias individuales. Lo hace tan a menudo que sus partidos son una película demasiado vista. Juego mecánico, monorrítmico, sin un plan convincente. Esta vez desilusionaron los centrocampistas. Convirtieron el encuentro en una rumia de la que sólo se salía con algún destello, generalmente a cargo de Benzema y alguna vez de Hazard, que sigue sin deslumbrar. Un detalle aquí, otro allá.

Sorprendió y enfadó el cambio de Benzema. El entrenador que más ha confiado en Benzema le retiró en un partido que podía colocar al Madrid en el liderato, en medio de la incredulidad de la hinchada. El mundo al revés. La gente, que antes discutía constantemente a Benzema, ahora le quiere siempre en el campo. Con razón. El entrenador que le ha defendido sin fisuras durante años le retira en el asalto final. Son las cosas que abonan a la irregularidad del Real Madrid, sometido a turbulencias que vienen de lejos (caso Bale) y al vacío que dejó Cristiano Ronaldo, garantista del gol.

Los centrocampistas crearon poco y a poca velocidad. Tampoco se ayuda a explotar las características de algunos delanteros, especialmente Hazard, un jugador difícil de aguantar en el uno contra uno. El Madrid debería de exprimir esta cualidad. Jugar y distraer para dejar a Hazard en las situaciones que le favorecen. Mendy se encargó de frustrar esa posibilidad. Llegó como un tren para doblar una y otra vez a Hazard. Llegaba con su marcador encima y se lo arrimaba a Hazard. Por la derecha ocurrió menos con Carvajal, pero más veces de lo conveniente.

Todo invita a un equipo con poca armonía, con tendencia a disolverse y sin un trazo reconocible. Es un Madrid que ha perdido la ocasión de destacarse en una Liga donde sus principales adversarios no arrancan. El Madrid ni arranca, ni deja de arrancar. Se parece al de las dos últimas temporadas.