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Mourinho en tiempos de guerra

A Mourinho lo quiso el madridismo como a un amor en tiempos de guerra, con las bombas cayendo sobre la ciudad y el pan humedecido como único sustento. Los enemigos excepcionales exigen medidas excepcionales y el club blanco encontró en él al líder mesiánico que toda legión famélica necesita, un semidios al que seguir incluso en las peores circunstancias, un pecho espartano en el que apoyar sus cabecitas de merengue durante las crudas noches de invierno. Ganó lo justo para sostenerse en el cargo durante tres temporadas -una Copa, una Liga y una Supercopa de España-, pero por el camino consiguió incrustarse en el imaginario blanco como el héroe que no acepta las derrotas y mantiene alineadas a las tropas, lo mínimo que exige el madridismo cuando escucha las balas zumbar sobre su azotea.

Mourinho enamoró al madridismo porque de buena mañana era Napoleón, por las tardes se convertía en Lord Voldemort y por las noches mutaba a Espinete. Era audaz, era oscuro, era esponjoso... En un solo hombre reconoció el hincha más clásico las tres características básicas que han definido la naturaleza blanca a lo largo de su historia. Y aquello, como no podía ser de otra manera, cuajó primero en un amor de leyenda y, posteriormente, en un bellísimo desastre. Por eso, pasado un tiempo prudencial, el aficionado echa la vista atrás y solo recuerda lo hermoso, lo excitante que resultaba la lucha a lomos de su espalda plateada, especialmente ahora que la perfección hercúlea de Zidane lo ha envuelto todo de una cierta monotonía: estas cosas pasan.

Mourinho, durante un partido de la Premier.
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Mourinho, durante un partido de la Premier.

Su nombre planea sobre el estadio como un dragón tras cada derrota porque al madridismo, como al eucalipto, le gusta el fuego, necesita del fuego. Esto parece saberlo una dirección deportiva que jamás destruyó su teléfono y unos jugadores, especialmente las vacas más sagradas, que al escuchar su nombre huyen despavoridos hacia la victoria: a fin de cuentas, es el único antídoto que conocen para mantenerlo lejos, bien lejos.