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La Unión Deportiva que nos tocó vivir

Dicen que el fútbol es el opio del pueblo. O como diría Jorge Valdano, un estado de ánimo, en cualquier caso lo más importante de los asuntos menos importantes. Son muchas las ciudades que llevan por bandera a su equipo, bien sea como volcán de sentimientos; tampoco pasa nada, al contrario, si es el principal promotor turístico o social de su región. Los hay que defienden el pertenencia, como si ser de Gran Canaria, por ejemplo, te ‘obligara’ a ser de Las Palmas. En absoluto. Pero, guste o no, la UD creció a partir de su gente, de aficiones enfrentadas unidas por un sueño común. Un sueño que se desvanece, que vuela lejos, nostálgico. Hay un pueblo que mira al palco con rabia. Que se rebela. Un pueblo al que se quiere mudo. La Unión Deportiva se equivoca de enemigo.

La soberbia genera un daño irreparable entre Las Palmas y su afición hasta que la entidad no cambie de rumbo y, por qué no, de timonel. Este verano el club usó a las Peñas y a colectivos como Faro Amarillo para ganar tiempo y dar una puñalada certera. Dijo Ramírez que aquello fue un aval a su gestión. ¡Ja! Las Peñas rompen relaciones y el club les prohíbe expresarse libremente. Qué horror. La mamarrachada de regalarle ropa al tal Nicolás que salía en la tele solo podía ser superada por la entrega de la camiseta a un tipo como Bolsonaro. Esta es la UD que nos tocó vivir.