Somos lo que odiamos
Lo normal en la vida es convertirse en aquello que odiabas. Por ejemplo, algún día me gustaría ser el viejo que espera sentado en un banco junto al estadio, con la oreja pegada al transistor, para preguntar el resultado a los que salen a sabiendas de que palmaron. O el amigo argentino que me escribe un mensaje de madrugada, con aire pretendidamente inocente, para preguntarme por qué a mi equipo lo putean hasta los mudos. Vamos colistas y él lo sabe perfectamente. Pero mientras llega esa etapa gloriosa me conformo con admirar a Karim Benzema cada vez que salta al campo. Con lo que yo he sido.
Me ocurría con algunos futbolistas como con las lecturas. Cada vez que alguien me recomendaba el mejor libro miraba hacia otro lado. A cada sugerencia respondía a lo Laudrup: cerrando los ojos antes del pase. Con la diferencia de que yo la enviaba al quinto anfiteatro. Desoyendo por sistema jugaba contra mí mismo. Me pasó con los Clash y también con Karim Benzema. Un desperdicio. Lo digo bien alto porque llevar razón no me importa y porque el fútbol suele ser más divertido cuando los periodistas nos equivocamos. Podéis hacer de mí un meme aunque ahora me haya subido al carro con gusto. Estoy seguro de que piensan igual los que vieron en él un delantero menor, una colección de goles inútiles, un quiero y no puedo, un monigote que jugaba solo por ser francés… Casi seguro…
A los futbolistas jóvenes les exigimos madurez y a los viejos chispa. Al mediapunta que vaya directo y al depredador solidaridad con el compañero mejor colocado. Es humano desear lo que no tienes. También darse de cabezazos contra la pared sin atender a razones. Del fútbol italiano siempre hemos admirado la elegancia con la que acompañan a sus ídolos hasta el último suspiro de sus carreras. Ese agradecimiento inquebrantable por las horas de felicidad recibidas. Me gustaría ver a Benzema irse como Totti o Del Piero. Lo normal en la vida es convertirse en aquello que odiabas, pero siempre estamos a tiempo de rectificar.