Sin alma y desarmados
Sin alma tituló AS su primera plana con respecto a un desastre así en la otra orilla. Ahora cabe lamentar la misma ausencia del alma en el campo azulgrana. El equipo jugó tan mal que pareció el peor de todos los posibles. Pero lo peor no fue el juego, sino precisamente esa alma desteñida que deambuló por el campo de Los Cármenes a merced de una formación que acaba de subir de segunda y que ahora se encarama a las barbas de un gigante para empequeñecerlo decisivamente.
Pobre Barça. Y pobre no sólo de juego sino de espíritu. Pobre de recursos y pobre en sus reacciones básicas. No hizo nada ninguna de sus líneas que mereciera un segundo de su mejor historia; tan solo el más joven de todo, Ansu Fati, y el más veterano, Lionel Messi, trataron de devolverle alma a los últimos metros, pero no hubo nada más que intenciones. Pobre y sin alma.
Fue un festival del Granada. Acorraló al Barça con la poesía de la victoria, la estrategia de los pequeños que saben que el éxito está en la voluntad más que en el genio, más que en la importancia de las fichas o las carreras. Pocos jugadores granadinos pueden exhibir el curriculum de los derrotados, pero éstos se hicieron acreedores a una humillación que se agranda por su ausencia de alma, aquello que los antiguos seguimos llamando pundonor.