El ocio y el negocio

Hace unos meses se publicó en Inglaterra un libro entrañable: When Footballeres were skint (Cuando los futbolistas no tenían un duro), del periodista Jon Henderson. En él nos recuerda que hasta 1961 los jugadores ingleses tenían un límite salarial bastante bajo comparado con los contratos actuales, y se dedica a charlar con las viejas glorias del Leeds, Chelsea o Manchester United en busca de lo que él llama "el alma del fútbol". El perfil dominante es el del joven futbolista que tocó el cielo en los años cincuenta y, tras retirarse, empieza a vivir una vida de pub y barrio, rodeado de amigos que un día olvidan que fue una estrella.

¿En qué momento el fútbol perdió ese carácter casi amateur, medio ingenuo y local, y se convirtió en el negocio rampante que hoy mueve cifras imposibles? Probablemente debamos remontarnos al fichaje de Cruyff por el Barça, en 1973, y a la réplica del Real Madrid con Netzer y Breitner. Allí empezó todo, y los más veteranos pueden contar con qué fuerza exponencial fueron subiendo los sueldos y los traspasos.

A ratos, la situación de los futbolistas ingleses de hace 60 años, descrita por Henderson, recuerda la que viven las mujeres futbolistas en la actualidad, incluso a nivel de la Primera División española. Sus reivindicaciones de la equiparación de salarios y derechos con los del fútbol masculino no pueden ser más justas y necesarias —en Holanda, el Ajax ya ha dado los primeros pasos en este sentido—, pero al mismo tiempo es importante que se preserve la grandeza del juego por encima del negocio. La diferencia es que ahora todo va muy deprisa. El salto de popularidad que el fútbol femenino vivió la temporada pasada, acompañado del éxito de público en el Mundial de Francia, lo ha situado en primera línea, pero que levante la mano quien hace dos años seguía la liga de Primera femenina. Dejémosla crecer a su ritmo, apoyándola pero sin convertirla en un espejo de las rivalidades masculinas, sin marcarle el paso a golpe de Tacon... Perdón, de talonario.