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¿Qué hora es, Alexa?

Hay semanas que son desiertos, así que, en un acto desesperado, sin Liga, le escribí a un amigo para matar algo de tiempo: "Qué haces, tío. Yo nada". Creo que maté casi un minuto. Tardó dos horas en contestarme. "Yo tampoco. Me parece que me voy a suicidar", dijo, y se fue de whatsapp sin añadir siquiera el moji de la caca. La ausencia de partidos de clubes genera vacíos insufribles. Puedes llegar a sentirte como Pierre Bezujov, el héroe rico de 'Guerra y paz', cuando dice que su único conflicto es que "no sé a qué dedicarme".

Los encuentros de la Selección no curan del parón liguero. Nada lo cura. Te parece que podrías hacer un millón de cosas interesantes en su lugar, pero si solo te apetece hacer una, y justo esa es inviable, pasas a creer en la fatuidad del mundo. En el España-Islas Feroe le pregunté a Alexa ocho veces la hora. En la última, ya me fue imposible no sentirme como varios acusados de la Gürtel, a quienes se vio consultando el reloj durante el juicio en varias ocasiones, muertos de aburrimiento, mientras la secretaría judicial empleaba una hora y veintitrés minutos en leer la lista de todos los delitos que se le imputaban y las peticiones de pena.

Alcácer, en una acción ante las Islas Feroe.
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Alcácer, en una acción ante las Islas Feroe.

LaLiga es vértigo, pasión, apego, hostilidad, impotencia, entusiasmo. Te proporciona múltiples variantes para disfrutar de la vida. De entrada, puedes estar varios días a la semana sin hacer otra cosa que ver fútbol. A veces haces una sola cosa e intuyes la plenitud. Sin su componente local, hace tiempo que este deporte se habría extinguido. Los clubes te prometen amor, aunque sea tormentoso. Incluso te conceden el deseo de tener enemigos. Cuando dejan de jugar entre sí, para ceder el paso a los encuentros entre selecciones, clasificatorios o amistosos, notas cómo la existencia desciende dos escalones. No estás a salvo de caer en el delirio, y, sintiéndote contra las cuerdas, fingir durante unos días que al fútbol se juega en superficie rápida, con raqueta, o, en último caso, dirigiendo el balón a canasta con las manos.