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El héroe de una noche de verano

El mejor fútbol del mundo. En tiempos de incertidumbre, conviene echar mano de los clásicos. Decía el inabarcable Helenio Herrera que el fútbol italiano era el mejor del mundo de lunes a viernes. Solo de lunes a viernes. Y así era. Los ruidosos periódicos deportivos italianos contaban el día a día como si se acabara el mundo, con hiperbólicos titulares y abundancia de signos de exclamación, pero cuando rodaba el balón, los sábados y domingos, la cosa era distinta: catenaccio y pocos goles. Si repasamos los periódicos deportivos españoles este verano, el nuestro ha sido el mejor fútbol del mundo: el conflicto entre la Liga y la Federación por los horarios de los partidos, la bronca entre el Atlético y el Barça con la FIFA de por medio por los dineros del fichaje de Griezmann, los tormentos del ya-veremos-si viene-y-cuánto-cuesta del farandulero Neymar en Can Barça, la surrealista crisis en los despachos del Valencia, los coletazos de la operación Oikos de amaño de partidos... Sin embargo, el fútbol siempre acude al rescate con giros maravillosos. En la reciente final de la Supercopa de Europa se coló, en el último suspiro, un héroe inesperado. Adrián San Miguel, sevillano de 32 años, paró el penalti decisivo que dio el trofeo al Liverpool. Dos semanas antes, el portero estaba entrenando con un equipo de la regional andaluza a la espera de encontrar trabajo. Del paro a engrosar la galería de la fama de los reds. Todo ello sucedió al filo de la medianoche de un caluroso miércoles de agosto. La gloria no entiende de horarios.

João Félix, aroma de crac. De lo sucedido estos días en las canchas de medio mundo durante los partidos de pretemporada se destilan detalles esperanzadores: el inigualable aroma a crac de João Félix y la buena pinta de los fichajes del Atleti, el goloso trato con el balón de De Jong y la sonrisa de la delantera del Barça con Griezmann, el feliz retorno del Espanyol a Europa... La pretemporada del Madrid, la peor de los equipos de Primera, ha sido una continuación del penoso final de temporada y la confirmación de que al equipo le falta un plan sobre el que desempeñarse para no despeñarse. Por ahí quedan un par de destellos de Kubo y Rodrygo, con los que Zidane no parece contar para grandes hazañas, y un fogonazo en forma de gol de Hazard. Poca cosa. El Madrid tiene que decidir a qué quiere jugar. El balón comienza a rodar hoy con este Athletic-Barça de viernes, un día raro para un choque clásico siempre interesante. No importa. Demos el protagonismo, por fin, a quienes se lo merecen y donde se lo merecen. A los futbolistas y en la cancha, no en los despachos ni en las playas.

Neymar, ¿un exfutbolista? Volvamos con los clásicos. Decía otro sabio, Johan Cruyff, que el fútbol es un deporte de fallos; que lo que sucede sobre el campo es, en un porcentaje aplastante, una sucesión de errores. Y esto es así porque se juega con los pies. Como solía suceder con El Profeta, tras sus aparentemente simples reflexiones se escondían profundas verdades. A partir de esta reflexión comprendemos lo que nos sucede cuándo estamos ante un jugador distinto, único, especial, que no solo comete menos fallos que los demás, sino que además acierta de forma diferente, rompe lo establecido y encuentra caminos donde los demás solo ven niebla. De estos hay muy pocos. Neymar es uno de ellos. Sin embargo, algo malo sucede cuando no se recuerda la última crónica, vídeo o fotografía dedicada a alguna genialidad del brasileño sobre el césped. De sus problemas con la justicia, con sus novias, con el fisco o con la corte de aduladores que le rodea, vamos sobrados. Neymar está tocado por el Dios del fútbol. Y eso es mucho. Ahora tiene la oportunidad, si ficha por Barça o Madrid, de demostrarnos que no es un exfutbolista.

La pelea por el dichoso relato. Lo que sucede con Neymar es un buen ejemplo del desbordamiento que sufre el gran fútbol hoy. Un jugador por el que el PSG llegó a pagar 222 millones de euros decide que París no le colma. E inmediatamente, dos de las cinco mayores instituciones futbolísticas del mundo, Real Madrid y FC Barcelona, entran en combustión para ver la manera de cerrar un fichaje que, stricto sensu, difícilmente les encaja en lo futbolístico y mucho menos en lo financiero. Cada club, desde sus propios problemas y urgencias, tiene más miedo de que el crac brasileño acabe en el eterno rival que verdadera necesidad de contar con sus inigualables y carísimos servicios. La aldea global que es el fútbol empuja a Florentino Pérez y Josep Maria Bartomeu a lidiar con una operación excesiva en todos sus términos para gestionar ahora el relato futuro de lo que pueda pasar con Neymar si finalmente vuelve a España. Sucede igual con los fichajes de jóvenes y tiernos jugadores como el japonés Kubo. Los grandes clubes pagan cifras disparatadas por supuestos cracs que solo han demostrado buenas maneras para evitar que el futuro Messi explote en el club rival. Cuenta la leyenda que el editor y escritor Carlos Barral rechazó el original de Cien años de soledad, de Gabriel García Márquez. De ser cierta la historia, nadie quiere ser el Carlos Barral del fútbol.

Qué fácil es hacerlo difícil. Decía también Cruyff que nada hay más difícil que jugar fácil. Nuestros dirigentes futbolísticos parecen empeñados en cumplir la máxima del holandés, pero al revés: nada hay más fácil que hacer las cosas difíciles. Los aficionados quieren ver fútbol, del mejor, en el estadio y por televisión (quienes lo ven desde el sofá de casa también son aficionados), y están dispuesto a pagar por ello. Son, por lo tanto, soberanos en sus decisiones. No deben ser utilizados para según qué discursos cuando interesan y despreciados cuando se revuelven. Si de verdad les importara el aficionado, los rectores del fútbol español dialogarían y pactarían lo mejor para una actividad de interés mundial de la que viven muchos. A los aficionados les importa bien poco quién gobierna la Liga o la Federación. Solo quieren que esas personas sean eficientes para hacer del torneo el mejor del mundo y con los mejores jugadores. Lo demás es ruido e intereses personales. Sin dinero no hay fútbol. La Liga debe ocuparse de buscarlo, y la Federación, de cuidar el jardín y protegerlo. A veces, da la sensación de que esta última está dispuesta a derribar el edificio con tal de quedarse el solar, y de que la primera encaja mal cualquier opinión contraria. Es un hecho que Javier Tebas ha llevado el torneo español a una dimensión impensable hace unos años, de lo que debería felicitarse Luis Rubiales. Sería un desastre que la incapacidad de entendimiento entre ambos –los tribunales deben ser el último recurso, no el primero—echara por tierra todo el trabajo hecho.

El papel de los medios. El lugar de los forofos es el estadio; en los despachos debe haber profesionales. Y ser profesional es también entender el papel de los medios. Los dirigentes de nuestro fútbol pretenden que la prensa participe de sus batallas y se posicione en cuestión de minutos sobre conflictos por ellos creados, que llevan años sin resolverse y que acaban dirimiéndose en los tribunales. Y, por supuesto, que ese posicionamiento sea a favor de las tesis de cada uno. Olvidan que el trabajo de la prensa es otro. AS trabaja en favor de la competición, de su limpieza, del espectáculo. El deseo de AS es hacer portadas con Messi, Neymar, Cristiano, João Félix, Mbappé, Pogba o Salah; narrar los mejores goles, los mejores partidos. Y para eso el futbol español necesita dinero, estabilidad, sostenibilidad e intereses y objetivos compartidos. El nombre de quien gobierne la federación o La Liga nos interesa lo justo. De quien luce en la espalda el 7 en el Madrid o el 10 en el Barça nos interesa todo.

Sí, Mr. Robinson, fue gol. Otro clásico, en este caso vivo y coleando, Michael Robinson, cuenta, en una de sus deliciosas anécdotas, que durante un partido de la máxima categoría inglesa, el Liverpool encajó un gol que el entonces delantero red consideró ilegal. Sin dudarlo se fue al colegiado. "No ha sido gol, árbitro, no ha sido gol", le increpó. El del silbato, muy educado y digno, le contestó: ¿No ha sido gol? ¿Seguro? Compre usted mañana los periódicos y leálos, ya verá como sí ha sido gol". En el circo descomunal que es el fútbol, cada uno juega su papel. Y todos son necesarios. El árbitro sanciona los goles, los medios informan de ello y los dirigentes se encargan de que haya estadios en condiciones, césped en buen estado, árbitros solventes, horarios sensatos y clubes saneados. Pero sin los futbolistas no hay goles; y sin goles no hay estadios, ni césped, ni árbitros, ni horarios, ni clubes. Cuando los dirigentes vayan a reclamar lo suyo, que piensen en la anécdota de Robinson y recuerden que el fútbol no es suyo. Y que de pertenecer a alguien sería de Adrián San Miguel, que paró un penalti histórico para el Liverpool en una noche de verano, y de quienes, una vez más, en la grada o en el sofá, se levantaron para celebrarlo o se llevaron las manos a la cabeza para lamentarlo.