Una final con poco juego
Una de las ediciones de la Champions League más apasionantes y sorprendentes que se recuerdan, curiosamente terminó con una de las finales con menos fútbol y emoción de los últimos años. Quizá ese penalti cometido por Sissoko cuando los protagonistas ni habían roto a sudar condicionó el desarrollo del juego y pudo ser un factor fundamental en todo lo que sucedió a continuación, pero lo que sí fue evidente es que tanto Liverpool como Tottenham rindieron ambos por debajo de su nivel futbolístico habitual. Los de Klopp se encontraron con un gol gratis y a partir de ahí fueron conservadores. En contadas ocasiones se lanzaron a realizar esa magnífica presión alta que tantos frutos le aporta y apenas vimos participar a su tridente ofensivo, Firmino no la tocó, Salah más de lo mismo y Mané, el más participativo de los tres, estuvo lejos de ser determinante.
Por el lado londinense, una primera mitad en estado de shock por el inesperado gol recibido, que tiraba por la borda cualquier plan de partido del técnico y que atenazó a todos sus futbolistas. En el segundo acto el plan era encontrar a los mediapuntas por dentro, nunca se ofrecían en amplitud y se juntaban por detrás de Kane esperando ese pase interior de Winks o Sissoko que nunca llegaba, ya que los reds se acumulaban en esa zona para evitar precisamente esa conexión. Permitían progresar por fuera, pero tanto Rose como Trippier nunca se atrevieron de verdad por el temor a que ese espacio a la espalda fuera aprovechado por Salah o Mané en la pérdida. Poco más, alguna intervención de cierto mérito de Alisson y el acierto en la zurda de Origi dieron al Liverpool su sexto trofeo como campeón de Europa en una final que no pasará a la historia por el fútbol ofrecido.