Eterno Valencia

Honor al Centenario. Por los que eran ídolos de Cubells y los que amaban a Montes; por los goles de Mundo y los muchos que hizo Waldo; por las paradas de Eizaguirre y las lágrimas de Cañizares; por la melena al viento de Kempes y el regate de Wilkes; por la dirección de Baraja y el carácter de Puchades; por la calidad de Claramunt y el sentimiento de Albelda; por la bravura de Juan Ramón y la clase de Arias; por las virtudes de Fernando y la pureza de Sol; por la delantera eléctrica y por Carboni, Piojo, Villa o Silva; por el saber de fútbol de Pasiego y el ojo de Subirats; por la gestión de Luis Casanova y la ternura de Jaume Ortí; por el genio de Di Stéfano y el don de Rafa Benítez… Por todos ellos va la Copa que levantó Parejo en Sevilla. Por ellos y por cada uno de los murciélagos de su historia. Por aquellos que se fueron y por los que ya jamás olvidarán la noche de ayer. Por Augusto Milego, Gonzalo Medina y cuantos fundaron hace un Siglo esta bendita pasión llamada Valencia CF. Por ellos y por los futbolistas de Marcelino, que ya son eternos.

La octava. La final se resume en un equipo que encomendó su destino a su calidad y otro que trabajó por ganarla. El Valencia hizo el partido que tenía en mente Marcelino. Y lo bordó. Sufrió, pues claro, qué menos, pero lo tuvo todo siempre bajo el control que se puede tener este deporte imprevisible que es el fútbol. Marcelino logró que cada uno de sus futbolistas entendieran que la forma de ganarle al Barcelona era ser un equipo y lo fueron. Desde Jaume a Gameiro. Desde Wass hasta Gayà. Gabriel, Garay, Coquelin, Guedes, Parejo, Rodrigo, Carlos Soler, Gameiro, Kondogbia, Piccini y Diakhaby. Todos ellos son eternos. Pero también Neto, Lato, Roncaglia, Ferran, Mina, Sobrino, Cheryshev y Kangin-Lee. Todos ellos han vuelto a hacer al Valencia campeón. Ellos, Marcelino, su gente, Mateu Alemany, Anil Murthy y Peter Lim, que desembarcó en Mestalla entre dudas por ser de Singapur, pero que ha logrado lo que hacía once años que nadie hacía sentir por Valencia. ¡Som campions!

Experiencia de vida. Al Barcelona de Messi le ganaron ellos, pero la final empezó a ganarla su afición. Sevilla, otra vez Sevilla, qué gran ciudad, qué destino de culto del valencianismo. Allí ganó el Valencia la Copa del 99, en la Cartuja; allí sentenciaron la Liga de 2004, en el Pizjuán; y allí, en el Benito Villamarín, cerraron el triángulo de las bermudas, porque título que pasa por Sevilla , título que se va para Mestalla. El Valencia hizo añicos la maldición de Koeman. ¡A fer la má! El Valencia vuelve a ser campeón y su gente lo merece. Ellos sintieron la final como una experiencia de vida, que es como los valencianistas sienten su Valencia y las finales. 15.000 valencianos viajaron a Montjuic en 1934, en su primera final que se perdió, y 21.000 vivieron en Sevilla la final como se merece la Copa y el Rey. Once años eran muchos, honor al Centenario. ¡Amunt!