Señor, para este tormento
No quiero verlo. No quiero verlo. Sólo pido que acabe la tortura de la Liga porque no me concentro. Tengo que preparar unas palabras para la presentación en Pozuelo de mi libro mañana y me distraigo con la pesadilla del partido del domingo. Mi hija me pide ayuda en una traducción de inglés que le ha encargado una empresa y estoy ausente, alelado con la retahíla de malos partidos del Real Madrid. Es un suplicio contemplar la impotencia, casi sería mejor que fuera desgana, el ninguneo a que someten los contrarios a unos jugadores que han ganado varias Copas de Europa. A diferencia del año pasado en que te escabullías de cualquier compromiso para asistir a un encuentro, ahora casi estás deseando tener algo importante que hacer para no presenciar el espectáculo.
Se veía algo venir desde la marcha de Cristiano. No nos pareció demencial que lo dejaran ir después de sus declaraciones. Ahora bien, creer que de algún modo Bale podría cubrir su baja porque el galés se esponjaría libre de la servidumbre al portugués no se le ocurre ni al que asó la manteca. Bale, quizás el fichaje más costoso de la historia blanca si nos atenemos a su rendimiento, no podía descalzar al mejor goleador del año. No traer un sustituto contrastado era suicida.
Lo peor ha venido después. Los blancos se han convertido en los reyes del pase lateral; el juego vertical parece haberse despedido de sus esquemas y de su realidad. No sólo aburren sino que nos hemos convertido en la Madre Teresa, en el auxilio de los afligidos. Todo equipo mediocre, todo conjunto con problemas angustiosos en la clasificación sabe que el Madrid este año les va a dar una alegría ante su afición. Lo van a tutear, a ganarle claramente o a ponerlo en increíbles apuros. Se trata de un equipo frustrante, decepcionante. Muchas tardes un espectador de Marte, el otro día ante la Real Sociedad por ejemplo, pensaría que el reiterado campeón de Europa son los contrarios y que los blancos son un equipo romo de mitad de la tabla, sin profundidad y con algún destello aislado de un jugador, destello que no repite.
Lo malo es que no tiene un remedio sencillo. Pensar que el belga que suspira por nosotros y un centrocampista bastan es una ilusión. Hacen falta como mínimo cuatro de calidad comprobada, alguien como el egipcio Salah, que sabe dónde está la puerta contraria y cómo llegar a ella, y aunque sea doloroso tendrán que salir media docena. El desánimo es tal que haga lo que haga el Club de los descartes, véase Keylor, un portero buenísimo, serán criticados.
Señor, acaba la Liga, por favor.
Inocencio Arias es diplomático almeriense y ha sido director general del Real Madrid (1993-1995) y embajador de España ante la ONU.