La lucidez puntual del Barça y las grietas del Liverpool
Nada fue lo que pareció. El Barcelona otea la final tras un partido en el que careció del control y el Liverpool se asoma al abismo después de ser superior en casi todas las cosas menos las importantes. La pegada azulgrana presidió la noche, porque el fútbol no le acompañó al equipo de Valverde. La presión altísima de los de Klopp le desfiguró. Ni la ayuda de Busquets entre centrales le sirvió para tener continuidad en el juego. Fue menos Barcelona que nunca, aunque respetó la tradición del contraataque que ya forma parte también de su código genético.
Sostenido por Ter Stegen mucho tiempo, el Barcelona apenas pudo elaborar ante el empuje red. Sin embargo, alcanzó pequeños momentos de lucidez para mostrar las flaquezas del sistema del Liverpool. El primer gol reflejó la difícil defensa que tienen los de Klopp en los costados por el 4-3-3 que utiliza con dos extremos (Salah y Mané) que no toman grandes responsabilidades sin el balón, especialmente en el caso del egipcio. El segundo gol nació de un pase de Busquets a Messi (ocho le dio en total) a la espalda de Fabinho. Cuando el mediocentro posicional brasileño avanza, algo que procuró no hacer en demasiadas ocasiones en el primer tiempo, se abre un hueco importante por dentro. El tercer gol respondió al talento único de Messi, circunstancia que se le escapa a cualquier rival. Al Liverpool le faltó habilidad en la finalización, como a Dembélé, toda la que le sobra al argentino.
El sector entre Salah y el interior (Henderson) es el más frágil del Liverpool. Salah queda descolgado y no se ocupa del lateral. Klopp pretende que el centrocampista saltara sobre Alba, pero muchas veces no llega como pasó en el 1-0. Henderson estaba muy centrado y el preciso cambio de orientación de Vidal para Coutinho le impidió poder acudir a tapar el centro posterior de Jordi Alba para Luis Suárez.