La ruina de Neymar
Ya es imposible negar la decadencia de Neymar. Un jugador que hace dos años era visto como un futuro Balón de Oro, el sucesor de Messi y Cristiano, que protagonizó el traspaso más caro de la historia de fútbol. Un negocio, sin embargo, que significó el comienzo de su ruina.
En el momento en el que Neymar decidió dejar el Barcelona, un equipo ganador, tradicional, estable, para irse al PSG por nada más que dinero, él perdió el tren de su carrera. Y se metió en arenas movedizas que le van tragando, poco a poco, cada vez que intenta corregir su error.
Sus teatros, saltos, caras e histeria en el Mundial de Rusia le convirtieron en un meme internacional. Sus carnavales, fiestas, cumpleaños extravagantes, entorno de índole cuestionable y los líos de su padre le han aislado en París y alejado de otros grandes de Europa, como el Madrid. Que si en su día hubiera vendido un riñón para ficharle, ahora no le quiere ni regalado.
Brasil entero ya se ha dado cuenta de que llegó la hora de parar con las excusas sobre su comportamiento dentro y fuera del campo. La inmadurez, descontrol emocional e irresponsabilidad demostradas por él en distintas ocasiones son síntomas de alguien que siempre vivió en una burbuja, rodeado de aduladores y pelotas. De alguien que siempre tuvo lo que quiso y nunca nadie le llamó la atención por sus actos de niño mimado.
El problema es que Neymar ya no es un niño. Al menos es lo que dice en su carnet. Tiene 27 años. Es padre de un muchacho de siete años. Y el pasado 7 de marzo cumplió diez años de carrera como futbolista profesional. El delantero llegará al Mundial de Qatar en 2020 con 30 años. Eso, si llega en un nivel digno de ser convocado para la selección brasileña pentacampeona del mundo. De la que hoy, inexplicablemente, es el capitán.
En menos de 24 horas, Neymar fue sancionado con tres partidos por la UEFA por insultar a un árbitro y agredió a un aficionado dentro de un estadio, ante docenas de cámaras. Eso no puede ser considerado normal.