Tiger se gana el perdón

Augusta, el elitista club donde todo es recato, se desmelenó. Tiger Woods, el ídolo de América que traicionó a América, acababa de completar su retorno a los cielos desde el más profundo de los infiernos. El deporte, que siempre nos saca el niño que llevamos dentro, tiene la capacidad de redimir a cualquier caído. A Maradona le perdonaríamos sus devaneos con la droga por verle fintar y tumbar rivales como aquel día de México 1986. A George Best, las borracheras si volviera a correr la banda como un meteoro. A John McEnroe, sus salidas de tono para que subiera otra vez a la red en Wimbledon. Al Tigre, Estados Unidos estaba deseando perdonarle desde que el 27 de noviembre de 2009 estrelló su Cadillac Escalade cerca de su casa y al calor del escándalo se destapó su doble vida.

El hombre de los 14 'majors' había engañado a Elin Nordegren, su perfecta esposa, con más de 120 mujeres que dieron todo tipo de detalles de su adicción al sexo. El golfista afroamericano que acabó por conquistar un mundo de blancos era un mentiroso. Los patrocinadores le abandonaron. Su mundo se derrumbó. Cayó en el pozo. Vinieron cuatro operaciones de rodilla y cuatro de espalda. Su cuerpo se rompió como rompió el alma de los aficionados. En mayo de 2017 las agencias escupían su foto policial tras ser detenido, drogado por la medicación que tomaba para calmar unos dolores insoportables. Era un retirado prematuro. Pero en su alma de campeón no se había apagado el fuego. En silencio, siguió luchando. Llegó el triunfo en el Tour Championship en septiembre pasado y soñó con volver a ser grande. Aprovechó la segunda oportunidad que se ha dado en su vida. Queda perdonado. Tiger, que parecía humano, vuelve a ser divino. Vuelve a tener sitio en el panteón de los dioses negros, como Ali, como Jesse Owens o Michael Jordan.