El abismo y la peor cara de Costa

Adoro a Diego Costa. El Diego Costa auténtico, que corre como si Wagner se hubiera inspirado en sus piernas para componer La Cabalgata de las Valkirias, el Diego Costa capaz de ponerse una camiseta del Atleti un verano en Brasil, cuando aún era jugador del Chelsea y mientras le enviaba un 'abrazo' a Conte, entonces su entrenador. Ese Diego Costa. El Diego Costa del año de la Liga en el Camp Nou, con sus 27 goles, sus 36 en total, aquella conexión con Koke, todo su rock and roll. El Costa a toda costa que fue mantra en la boca del Cholo Simeone los tres años que pasó lejos, fuera, en Londres. Y en todas las de la afición del Atleti. El Costa del Fuego Camina Conmigo. Ese Costa. No el de ayer. El de ayer nunca. La versión Hyde de La Bestia siempre es el peor Diego Costa posible.

Porque era el 28' y ese Diego Costa se había cargado el partido para el Atlético. Un partido que era la última oportunidad de su equipo para agarrarse a LaLiga. Una final como fue Lisboa, otra maldita vez que a Costa se le ve caminar hacia los vestuarios antes de tiempo, antes de nada. Sólo tuvo que añadir otra autoexpulsión absurda a su colección, por su incontinencial verbal. Salió revolucionado, con su habitual piel de cerilla encendida ya. Pudo ver una amarilla en el 8', por dejarle el codo a Lenglet. Vio la roja cuando se plantó ante Gil Manzano, vena palpitante al cuello. A la ducha. Otro lunar que añadirle al año terrible de un Costa que se ha perdido casi la mitad de los partidos. Este Costa, el de su peor versión. "El horror, el horror" que gritaría Kurtz. Cuando lo que el Atleti necesita de verdad es al otro. Pero aquel debió quedarse en Tallin.