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El problema no es el VAR, es el aficionado

Cualquier gol que veo lo analizo instantáneamente desde el lado del equipo que lo encaja. Es mínimo el porcentaje de ellos donde no exista un fallo o mala decisión de los defensores que propicie o simplemente facilite la acción ofensiva que acaba en tanto. El fútbol es un juego de errores, y eso también incluye al árbitro, aunque la mayoría no lo entienda.

Hace unos años me aficioné al rugby. No es una afición de cuna, pero me fue muy fácil identificar los orígenes compartidos que tiene con el fútbol. La emancipación entre ambos tipos de football primitivo vino a través de una decisión reglamentaria trascendental. Un grupo optó por prohibir jugar el balón con manos y brazos, el otro siguió permitiéndolo. Eso creó dos deportes distintos con dos maneras de reglamentar los límites de los contactos permitidos. En rugby, donde evidentemente arrebatar la posesión del balón es mucho más difícil, se siguieron admitiendo formas mucho más expeditivas. Como reacción natural, se establecieron técnicas obligatorias y estrictas para reducir el riesgo de los violentos choques. Con el paso del tiempo, se creó un código no escrito de respeto máximo al rival y a las reglas. Fuera de estas, está la barbarie.

Y quizá por tener constancia en cada partido de la delgada línea entre lo reglamentario y la violencia injustificada, la figura del árbitro es también extremadamente respetada, como garante último del espíritu del juego. En el último Mundial, en 2015, Escocia cayó eliminada en cuartos de final ante Australia por un golpe de castigo en el último minuto que sólo el árbitro vio. Había videoarbitraje, pero según el protocolo no era una jugada revisable. Fallo garrafal e histórico. Sin embargo, Escocia se fue a casa sin apenas aspavientos, en una situación que en fútbol hubiera acabado con imágenes totalmente opuestas, como, por ejemplo, las vistas de nuestra Selección, todos desquiciados acosando al árbitro, al ser eliminados en los Mundiales de 1994 y 2002. Tras el adiós escocés, desde las redes sociales, los viejos aficionados al rugby y especialistas nos recomendaban a los más o menos recién llegados que nos lleváramos nuestros ataques al árbitro lejos del deporte del balón ovalado. No cabe excepción, ni ante el error más flagrante.

Mucho antes de aficionarme al rugby, ya había aprendido en un vestuario que lo más inteligente en fútbol es no dar razones al árbitro para que éste se pueda equivocar en tu contra. Así, en el reciente penalti a Casemiro, mi mirada se va al temerario despeje con todas sus fuerzas que intenta Doukouré en su área plagada de rivales. Igualmente, y en otra jugada en que los críticos del VAR denunciaron beneficios para el otro grande, en el gol de Suárez al Leganés, me pregunto por qué Cuéllar no optó por meter el puño y alejar el peligro en vez de intentar blocar el balón ante un delantero desbocado.

Pero ya me da igual si hubo teatro de Casemiro o patada de Suárez. Estoy hablando de algo más profundo, de enfoque. Ambas jugadas son interpretables. Y es indiferente que haya VAR ahora, porque el único criterio que va a valer siempre es el del árbitro de turno. Se podrá revisar el protocolo, hacer técnicamente mejores a todos los colegiados, pero el problema seguirá existiendo: el aficionado no es capaz de aceptar las decisiones que no comparte, ni, mucho menos, los errores (que, por cierto, cuantitativamente son ínfimos). Quizá por eso que en las revisiones del videoarbitraje del rugby se pueden escuchar las conversaciones del árbitro y sus motivaciones, mientras observa las repeticiones en los videomarcadores del estadio a la vez que todo el público, pero en fútbol se oculta el proceso por miedo a la incomprensión de los aficionados y su actitud históricamente hostil.

Para terminar, otra analogía. Seguramente la mayoría habrá visto el gol de Saúl al Villarreal y se habrá preguntado qué narices hizo Víctor Ruiz bajo palos. Yo tengo una ligera idea para explicar su error, de la misma manera que puedo llegar a entender los razonamientos de Iglesias Villanueva y su VAR que facilitaron la victoria del Madrid ante el Levante. En ambos casos, les digo a quienes encuentren incomprensibles ambas situaciones que estas cosas pasan durante un partido. Y hay que verlas y respetarlas como son: sucesos propios del juego más maravilloso que el ser humano ha creado.

Iba a seguir callado y no escribir a contracorriente, pero el ejemplo del rugby me demuestra que la utopía es posible. Y en mi minoritario bando hay gente directamente implicada recientemente y que hace que no muera la esperanza. Paco López, técnico del Levante, pese a opinar (con respeto) que no le pareció penalti y que hay margen de mejora para el VAR, reiteró su incondicional apoyo a la labor del árbitro. Yo, en su lugar, habría actuado exactamente igual. Somos así de raros.

Carlos Matallanas es periodista, padece ELA y ha escrito este artículo con las pupilas.