Cien días de Solari al frente del Madrid

Cien días es el plazo de cortesía que se les concede a los políticos cuando empiezan un mandato. Cien días en los que se supone que habrán enseñado ya la patita, y se podrán calcular sus intenciones y sus deseos de riesgo. Cien días lleva ahora Solari al frente del banquillo del Madrid, al que accedió precisamente tras una visita del equipo al Camp Nou, terminada con una severa derrota: 5-1, y eso que faltó Messi. Aquel era un Madrid con dudas en la portería, sin Vinicius ni Reguilón ni Marcos Llorente, con un equipo titularísimo esclerotizado, en el que algunos hurtaban esfuerzos y todos echaban en falta el referente de Cristiano.

Cien días después, el equipo tiene otra cara. De allí salió el Madrid a siete puntos del Barça, ahora está a ocho, pero la sensación es otra y lo que está en juego también es diferente. Se trata de la Copa, competición en la que el Madrid raramente da lo mejor de sí (Di Stéfano sólo ganó una en once años, el Madrid ha sido campeón europeo más veces que de Copa desde que coexisten ambas competiciones, valgan estas dos muestras), pero que este año pica al madridismo. La distancia en LaLiga es grande y la Champions no deja de ser una ruleta rusa, así que la Copa se presenta como una posible escapatoria a una temporada que se encaró mal.

Pero estaba en los cien días de Solari. Tiene el equipo de su mano. Es curioso: como Del Bosque y Zidane, llegó al equipo sin pedigrí, saltando del Castilla y en situación de crisis. Como ellos, está demostrando tener el difícil don de manejar los egos de una gran plantilla, ciencia rara, que no tiene por qué coincidir con la que se necesita para sacar adelante a un equipo medio. Aprieto aquí, aflojo allá, siento a Isco, confío en Vinicius, doy bola a los castillistas Llorente y Reguilón, estimulo la competencia y ya veré qué pasa con Bale cuando se cure. En esas estamos hoy. En esas y en ver qué pasa con Messi, que cambia radicalmente el poder del Barça.