Naranja y limón, fútbol de transición

Antes de este partido habitualmente decisivo en LaLiga, el Barça sufrió un terremoto que no ocurre desde 2011. Vuelve el máster del siglo, esos partidos Barça-Madrid que Mourinho y Guardiola pusieron al rojo vivo. Este Valencia de blanco puede sentirse como prólogo a esa contienda que viene contra los blancos más clásicos de la historia azulgrana. Y a fe que el equipo de Marcelino, inmaculado todavía sobre el campo, se comportó como se suele comportar el blanco madridista cuando afronta partidos de ese riesgo.

Así que comenzó el Barça dubitativo, mal atrás, como le suele ocurrir cuando descansa la mente el equipo, mientras que el Valencia, que ha recuperado su forma y su alegría, acometió con tal fortuna que a la mitad del primer tiempo ya iba por delante. Al Barça de ahora le suelen sentar bien estos retos, y Messi fue, por supuesto, el que hizo que ese sabor a limón que tiene la derrota se tornara en esperanza de remontada. Venía el Barça de una partido anaranjado, feliz, frente al Sevilla. Claro que tenía un reto eficaz para sus futbolistas mayores, remontar en casa ante un rival que llevaba, como empezó el Valencia, dos goles por delante. Hasta el Sevilla es blanco. No todas las simetrías se cumplen, y menos en el fútbol. Así que esta vez no se cumplió ni el presagio sevillista ni el resultado que hizo soñar el empate de Messi. El Barça se quedó con la boca masticando el agrio limón que reservó un buen Valencia para un equipo azulgrana que atrás tiene de naranja lo que yo de chino.