Bale rentabiliza su estilo posmoderno
Todo indica que el dominio de los equipos europeos, y del Real Madrid particularmente, proseguirá en la final del Mundial de Clubes, competición que no hace tanto estaba dominada por los suramericanos, orgullosos de sus frecuentes victorias sobre los campeones ingleses, italianos y españoles. Es decir, sobre el dinero que compraba sus mejores futbolistas. Ya no se trata de dinero, sino de las monumentales cantidades de dinero que han abierto un abismo sideral entre las dos partes del Atlántico. Un día después del fracaso de River Plate frente al desconocido Al Ain, derrota que desinfla el globo de la final de la Copa Libertadores, el Real Madrid batió al Kashima con tanta facilidad que pareció un partidillo amistoso.
No hubo la menor fricción, el menor drama, cualquier impresión que ayudara a calificar el partido como la semifinal de una gran competición futbolística. El irregular Real Madrid de esta temporada venció sin despeinarse, con las puertas abiertas en la defensa de los japoneses, un equipo amable que pretende jugar bien con la pelota y a ratos lo consigue. Le faltan demasiadas cosas para inquietar a un campeón de Europa. No es agresivo, ni está bien armado tácticamente (el lateral derecho fue expuesto a una masacre ante Bale, sin recibir ayuda en ningún momento), ni dispone de la potencia atlética para alterar los partidos por esa vía. El Kashima se esforzó en reducir la gran diferencia que le separa del Real Madrid, pero se quedó lejísimos.
Si no fuera por la lesión de Asensio (un jugador refractario a los problemas físicos en las temporadas anteriores empieza a sufrir las dolencias asociadas en muchos casos a los estados de abatimiento o estrés), el Madrid habría salido de la semifinal como de una estupenda tarde de sol y playa en el golfo Pérsico. El equipo comienza a recuperar a la multitud de lesionados de las últimas semanas, plaga que ha servido para examinar a algunos de los jugadores menos habituales.
Marcos Llorente, que había ocupado una plaza marginal en la plantilla durante el último año y medio, ha escalado unas cuantas plazas en la escala jerárquica. Sabemos, cuando menos, que será el sustituto habitual de Casemiro.
El partido significó un festival de Bale, un jugador rarísimo. No jugó frente al Rayo, después de quejarse de dolores en la media parte que disputó contra el CSKA, donde no tocó la pelota, y mezclar algún excelente gol con actuaciones lamentables, como sucedió en Ipurua. Siempre ha sido un jugador de momentos. Mejor aún, de momentazos, un futbolista para los líquidos tiempos actuales, de highlights en YouTube y veloces resúmenes de televisión. Un posmoderno al cuadrado.
A Bale no le gusta el día a día. Prefiere elegir los partidos, si son finales y tienen trascendencia mediática global, mejor que mejor. La semifinal del Mundial de Clubes puede ser un amistoso futbolístico en las condiciones actuales, pero se ve en todo el planeta. Como producto futbolístico, Bale también resume la obsesión mercantilista. Baja y sube en el índice de valores con una facilidad desconcertante. Quienes temían un descenso flagrante en su valor esta temporada (sólo ha marcado cuatro goles en lo que va de Liga, por ejemplo) proclaman su fulgurante escalada después de los tres goles en la semifinal del Mundial de Clubes, goles sin un lateral medianamente potable enfrente, pero muy publicitados en todos los rincones del globo. No es el torneo más exigente del año. Sí es uno que tiene buena prédica mediática. Perfecto para jugadores como Bale.