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River-Boca: una decisión que no gustó a nadie

No me gustaría estar en la piel de Alejandro Domínguez. Haga lo que haga y diga lo que diga, no contenta a nadie, pues la final de la Libertadores vino de nalgas desde el primer momento. Ayer, en la retransmisión del banderazo de River en la Puerta del Sol, muchos hinchas mostraban su enorme enfado, su bronca si se me permite la expresión argentina. "Nos robaron la copa, una vez más los europeos nos robaron", decían. Algo que no es verdad, pues basta la primera frase del presidente de la CONMEBOL en la entrevista para despejar cualquier duda respecto a la decisión de traer el partido a Madrid: "La idea fue mía y de mi equipo".

Domínguez es economista, el aficionado argentino lo sabe, es ahí adonde apuntan todas sus críticas, pero tira balones fuera. Bien lejos: "Vinimos a que se juegue un partido de fútbol, no a sacar ganancia económica". También ha gestionado diarios y emisoras y quizá ese currículo pesó a la hora de calibrar el tremendo impacto mediático que tendría un River-Boca en Madrid (se estima una audiencia de 350 millones de telespectadores). A punto de cumplir tres años en el cargo, a Domínguez le ha llegado una patata caliente de la que única y exclusivamente son culpables quienes apedrearon el autocar de Boca a su llegada al Monumental. Luego vino lo que vino, toda esa catarata de postureo de ambos clubes ante un partido de vuelta que hoy toca a su fin. Con el pitido final, Domínguez respirará tranquilo. O no.