El Espanyol desgarró su partitura

Los derbis de la última década se podrían dividir entre aquellos en los que Messi trotó y esos en los que se esforzó al máximo. Incluso en Cornellà, que ha sido bastante impermeable a sus goles. Este último se agrupa lógicamente entre los que Messi decidió jugar.

Hasta aquí, el resumen sería aplicable a buena parte de los partidos azulgrana. Pero un derbi lo juegan dos equipos, y en esta ocasión sobre el conjunto perico recayó otro gran porcentaje de la culpa. Algo le sucede a la autoestima de este Espanyol, que cuatro jornadas atrás le disputaba el liderato al propio Barcelona y que ahora cae con estrépito en sus redes, en su cuarta derrota consecutiva. Y lo peor no fue el qué, sino el cómo. La lustrosa caravana de Rubi ha perdido en tiempo récord resultado, juego, solidez y, finalmente, valentía y coherencia.

Ante un Barça que este curso recibe más goles de lo habitual, al que los rivales se atreven a tutear e incluso a derrotar (como el Betis), justamente el Espanyol más amante del balón decidió traicionarse a sí mismo. Un suicidio no por osadía, sino por omisión. Y con un planteamiento tan conservador que ni los jugadores interpretaron la partitura hasta que la derrota era irremontable y que tampoco entonces, cuando el Barça bajó una velocidad, supieron volver a su estilo otrora irrenunciable. Ni siquiera se permitieron la fugaz alegría del 1-4. El derbi más igualado resultó ser el más desnivelado.