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Tercer tiempo

Claudia Pina

Este nombre es nuevo, y viene con fuerza, desde los campitos y desde los colegios, y ahora es emblema del mayor triunfo del fútbol femenino español. Campeonas del mundo Sub-17. En Uruguay, la tierra de Ida Vitale, la poeta que ha ganado este año los dos grandes galardones de la literatura en español, el de la FIL de Guadalajara, y el Cervantes de todas partes. El fútbol femenino ha entrado con solidez y gallardía en el espectro fútbol de este país, y aunque algunos desavisados se empeñan en ignorar el porvenir de sus frutos ya es “un canto (…) donde encender el alma”.

Un canto inquieto

Y no es precisamente “un canto quieto” el porvenir del fútbol. Florece en todas partes y ya no es materia de recreo. Al volver de México, el último viernes, me fui a los campos de un colegio de Madrid, donde jugaban chicos menores de diez años. Fui seleccionador de chicos, en la lejanía del tiempo. Se ve en seguida quiénes van a despuntar, por su posición en el campo, por su entusiasmo, pero sobre todo porque el fútbol desarrolla su lenguaje (el bueno y el mediocre) en cuanto los chicos se ponen a correr. Y allí había de todo, y de lo bueno había muy bueno.

Cantera de España

Es emocionante ver cómo se va haciendo la cantera a los ojos de los preparadores y de los padres. Y de los chicos. Ellos saben, porque lo ven en la play, en las retransmisiones, o en los partidos a los que los llevan, que el esfuerzo ha de tener su lógica, la de la razón y el entusiasmo. En estos campitos jugaban, juntos, chicas y chicos, que es el porvenir lógico de este fútbol que ahora se divide, aún, entre sexos. Había menos chicas que chicos. Ya será al revés. Este triunfo en Uruguay es una puerta abierta a esa razón del juego que no puede tener puertas al campo. Este fútbol abierto es la nueva cantera de España.

El caso Madrid

Vean el caso Real Madrid, el Madrid de Raúl y de Butragueño, el Madrid que se hizo, en sus mejores años, gracias a la cantera. Ahora ha vuelto a mirar a los campitos de La Fábrica el equipo que fue de Santiago Bernabéu. Reguilón y Marcos Llorente levantan ahora el ánimo de una época alicaída de los blancos, cuando ni el color les llegaba al cuerpo. Se van apagando estrellas que vinieron de fuera y esos nuevos nombres propios llenan el vocabulario de la afición. El fútbol no tiene por qué ser hipernacionalista, no debe serlo, pero ha de estar abierto a lo que nace dentro.

Porvenir extranjero

Tal como está la política europea, además, quién sabe si pronto se revoluciona lo que ahora parece un canto quieto. El extranjero es apetitoso, pero un día se cierra, quién sabe. En el ámbito de los muy veteranos, ahora tenemos a Villa, que se va a Japón, con Iniesta, su compadre en sus años difíciles en el Barcelona. Villa fue un gran delantero español, que fue dando tumbos en un país que es ingrato como los inviernos. En el imperio del Sol Naciente dirá adiós a esta pasión. Se merece una despedida buena. Como la que está teniendo otro máquina, Xavi, en los campos árabes.

Resurrección

Vi, suelo hacerlo, el partido del Getafe. Por aplaudir o animar a mi amigo Óscar Rubio, su aficionado número uno. Un partido exquisito, de grandes. Es el Sevilla de Madrid, por así decirlo, va y viene como el Guadiana, desaparece o rompe, y este sábado rompió. Un fútbol exquisito, peligroso como un cuchillo abierto. El Espanyol, lo siento por Carlos Marañón, se ensimismó, tiró hacia atrás. Pero al final pudo marcar. Me emociona que los futbolistas derrotados sigan compitiendo aunque pierdan 3-0. Es una lección moral, una señal de que el canto del fútbol enciende el alma. Perder es sólo una parte de la trama.