Puro ADN blanco
Cantera power. No es la primera vez ni será la última. Llevo viendo al Madrid desde hace 45 años (mi primer partido en el Bernabéu fue en 1973) y desde entonces ha sido habitual ver a la cantera salir al rescate del primer equipo cuando iban mal dadas. Hacerse como futbolista y como hombre en La Fábrica ayuda a entender mejor este compromiso genético que muestran los jóvenes. Eso se llama llevar el ADN blanco en la sangre. No necesitan que les des explicaciones. Les llaman a filas cuando el edificio amenaza derrumbe y lo apuntalan sin poner excusas ni esconderse en su currículo sin largo recorrido. Si eres canterano del Madrid eres un boina verde por concepto. No te importa estar en la primera línea de batalla y que te esté prohibido cobijarte en las trincheras. Hablo, por supuesto, de gente como Carvajal, Reguilón, Marcos Llorente y Lucas Vázquez. Los cuatro Jinetes del Apocalipsis. Cuatro tipos que cantan el himno de las mocitas madrileñas mientras se duchan. Cuatro jabatos que de niños vibraron con el golazo galáctico de Zidane y las paradas de Casillas en Glasgow (¡la Novena!). Ser canterano del Madrid te hace entender la vida con un sentido de la responsabilidad que no te tiene que explicar ningún entrenador. Va incluido en tu hoja de ruta profesional. Ellos derrotaron al Valencia. ¡Amunt!
Sin fe. El Valencia de mi admirado Marcelino tiró la primera parte, en la que arrojaron la toalla ante la espléndida presión adelantada que dispuso Solari. En ese primer acto el Valencia casi ni chutó a gol. Y en el segundo le faltó fe. El Madrid bajó dos peldaños la presión (a eso se le llama cansancio) y eso permitió a Santi Mina dejarse ver. Pero Parejo estuvo espeso y Coquelin falló un gol a bocajarro. El 2-0 final hizo justicia ante un Valencia menos fiero que en temporadas pasadas.
Isco y Asensio, mal. La afición estuvo de diez, casi llenando las gradas del Bernabéu. Por eso, el equipo agradeció el apoyo aplaudiéndola desde el centro del campo. Pero faltaban dos: Isco y Asensio. Mal detalle. El Madrid está por encima de todo. Y de todos. Me lo recuerdan los amigos de la Peña ‘La Garnacha Blanca’ de Olite, Cocentaina (el pueblo donde se compuso Paquito el Chocolatero), Partaloa (Almería), Mortera Blanca (Cantabria) y Enrique Galinsoga, enamorado de su Cádiz y de su Madrid. Ha sido un gran fin de semana. Por fin, amigos.