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CAMPO ATRÁS

Cleveland sin LeBron James: otra vez 'el error junto al lago'

Los Cavs vuelven a ser la terrible franquicia disfuncional de Dan Gilbert, un equipo que debería mira al draft de 2019 como única gran esperanza.

Cleveland sin LeBron James: otra vez 'el error junto al lago'
Angelo MerendinoAFP

Cleveland no está en ninguna parte. Ohio es uno de esos territorios casi indistinguibles de tantos otros para la mente del no estadounidense, que tiende a entender EE UU como dos costas, la Este y la Oeste, como únicos centros neurálgicos separados por un montón de kilómetros de volumen continental sin los que, en realidad, es imposible entender ese país, cosas como el fenómeno Trump y, si se quiere, una veta fundamental del cine de terror americano totalmente basada en la percepción que los propios estadounidenses de la gran ciudad tienen de aquello que les rodea pero que les es tan cercano como extraño. Lo salvaje.

Cleveland, en un gran sentido, no es nada. La ciudad en la que fue creado Superman y en la que al Rock and Roll se le llamó por primera vez Rock And RolL. Y por eso está ahí su museo, al pie del gigantesco Lago Erie, que dio a la ciudad el apodo despectivo de The Mistake By The Lake (el error junto al lago) y un punto cardinal opuesto al río Cuyahoga, que ha ardido trece veces porque es uno de los más contaminados de todo el país.

Otras ciudades tienen desde luego a sus equipos pero tienen también otras cosas. Cleveland no es una de ellas. Debería tener a sus equipos, pero estos no le han dado más que una leyenda negra que duró 52 años y 147 temporadas de deporte profesional completas: ningún títulos desde los Browns de 1964 (a las puertas de la era Super Bowl) a los Cavaliers de 2016. La tremenda crisis de la era postindustrial golpeó a Ohio con una dureza terrible, muy vinculada a la de la vecina Michigan. La industria del automóvil lanzaba hacia su área metropolitana sus tentáculos y las grandes fábricas de neumáticos, por ejemplo, se agolpaban en la Akron de, después y para siempre, LeBron James. Según un estudio, Cleveland es una de las cinco ciudades que más habitantes pierde en EE UU (unos 33.000 entre 2010 y 2017). Su índice de pobreza dobla la media del país y hay 1.633 crímenes violentos por cada 100.000 habitantes. Y durante muchos meses, con un frío húmedo que se impregna en los huesos, hay muy poco que hacer, muy poco de lo que enorgullecerse y casi nada por lo que captar la atención de los grandes medios del país, no digamos de las fuerzas económicas del mercado.

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Cleveland debería haber tenido, al menos, a sus equipos. Pero solo ha tenido a LeBron James. Y con él, finalmente, el título de 2016 que acabó con la maldición y cerró el círculo esencial que ha articulado la carrera del alero, ya uno de los mejores jugadores de la historia, y un perfecto final feliz que en menos de seis años pasó de la traición de The Decision al “This is for you, Cleveland” gritado a lágrima viva desde el corazón del Oracle Arena, el cubil de un equipo que defendía título, había ganado 73 partidos y dominaba las Finales 3-1. Todo en la vida de LeBron ha sido masivo, también su adaptación del hijo pródigo.

Ese título fue tan importante, y en tantos niveles, para la ciudad, donde LeBron generaba unos 500 millones de dólares al año y de donde su fundación se asegura que no se marche jamás aunque ahora trabaje en Los Ángeles, que apenas suavizó un análisis a largo plazo que se ha hecho inevitable en cuanto ha llegado el invierno nuclear post LeBron: los Cavaliers se encontraron con que un jugador absolutamente generacional había nacido a unos pocos kilómetros de su pabellón. Y con el número 1 de 2003 con el que lo retuvieron en casa y que llegó tras una temporada de 17 victorias, dos más que en la primera de vida de la franquicia (1970-71), que comenzó con 15 derrotas seguidas. Y con esa oportunidad histórica lograron un único anillo en once temporadas de LeBron, casi siempre sin acompañamiento de primera categoría: a veces (cierto) por su propia influencia en decisiones deportivas muy cuestionables, generalmente porque, y esa es la gran realidad, Dan Gilbert es un pésimo propietario cuyo mentiroso legado (comenzó a controlar el equipo en 2005) presumirá de anillo y de cinco títulos de Conferencia, los primeros de la franquicia. Pero son méritos en los que el peso esencial recae absolutamente en LeBron, con el que nunca fue capaz de llevarse bien y al que dedicó ataques de chiquillo tras su (muy mal gestionada, ciertamente) salida con destino Miami (otra vez: The Decision).

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Thearon W. HendersonAFP

Tan obvia era la trascendencia de LeBron en todo lo que acontecía en la ciudad que todos en ella, era muy visible durante las Finales 2018, daban por amortizada y celebrada su segunda etapa en los Cavs. A diferencia de 2010, su fuga en 2018 no tuvo ni un ápice de drama y si un tono de separación madura, entre la asunción tranquilo y un nuevo sentido del respeto mutuo muy alejado de lo meramente deportivo.

Y una de las razones por las que todo el mundo parecía entender que LeBron volviera a irse, más allá de que el título de 2016 le había liberado de su principal responsabilidad, era que los Cavaliers seguían siendo la franquicia de Dan Gilbert. Más evidente que nunca ahora que el equipo está 1-10 y que el general manager Koby Altman ya ha despedido a Tyronn Lue y anda, tal y como publicó Joe Vardon en The Athletic, enfrentado a los veteranos de un vestuario en el que no se cree en Collin Sexton, el número 8 del último draft, y en el que nadie tiene ni idea de que forma tomará la (inevitable) reconstrucción. Allí siguen JR Smith, Channing Frye, Kyle Korver y Tristan Thompson. Jugadores-reliquia que no tienen ningún sentido en un proyecto post LeBron. Y que no están precisamente ejerciendo un liderazgo sano para Sexton y Cedi Osman, los que tendrían que ser en mayor o menor medida actores del futuro junto a un draft de 2019 en el que los Cavaliers anticipan un nuevo 2003 en las carnes de RJ Barrett o Zion Williamson, que podría llevar su etiqueta de LeBron 2.0 a, precisamente y de todos los rincones de América, el Quicken Loans de Cleveland.

Ninguna franquicia está a salvo de caer a los infiernos y la suerte acaba jugando un papel fundamental en los éxitos y en los fracasos. También en los plazos en los que se llega a ambos resultados: no todos los buenos planes salen bien. Pero las hay que se empeñan en ser disfuncionales hasta el punto de asegurarse períodos tremendamente largos en el purgatorio. Ese es el gran riesgo de unos Cavs que metían en su grada (y con precios mucho más altos) 3.000 personas más por partido con LeBron.

A todos nos queda muy lejos el milagro de Richfield, la canasta de Dick Snyder para el 4-3 ante los Bullets que metió a los Cavs en la final del Este de 1976, su primer año ganador (después cayeron 4-2 ante los Celtics). Pero muchos crecimos con aquel equipo de finales de los ochenta y principios de los noventa que jugaba de maravilla al ritmo de Lenny Wilkens y con Mark Price, Brad Daugherty, Larry Nance padre, Ron Harper... El que se dio de bruces una y otra vez con Michael Jordan, nunca de forma tan espectacular como con The Shot, la canasta sobre Craig Ehlo que sacó a los Cavs (100-101 en el partido decisivo) de los playoffs de 1989, cuando habían ganado 57 partidos y tenían ventaja de campo ante los Bulls, que estaban a meses de dar el bastón de mando a Phil Jackson. Así que es imposible no tener cariño a esta franquicia, por muchas cosas que haga mal... o precisamente por eso. Dan Gilbert (si se mira con perspectiva histórica) apenas supo aprovechar el gordo de la lotería que le cayó en 2003 y ahora Koby Altman se maneja con la poca destreza de quien parece querer seguir ganando sin más motivo que demostrar que no todo dependía del número 23 cuando es absolutamente evidente que sí era así. Y lógico. Los Cavaliers, empezando por la extensión de 120 millones y cuatro temporadas a un Kevin Love de 30 años, han vuelto a la mala vida y no parece que la salida esté a la vista aunque el draft 2019 empieza a emerger como un atajo que acabará siendo obsesión a medida que se vaya aproximando. A ver si, al menos, no queda el cadáver de Collin Sexton por el camino...

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Ken BlazeUSA Today Sports