La herencia no aprovechada por Idiákez

El Zaragoza no funciona. O mejor dicho, funciona cada día peor. Y a Imanol Idiákez, como siempre sucede en el fútbol, le crecen los detractores a toda velocidad. El equipo está muy lejos de su objetivo, ha dejado escapar ya siete puntos de La Romareda —el escenario donde debía aprovechar el extraordinario apoyo de sus 27.000 abonados, una baza que nadie tiene en la categoría—, y los defectos, colectivos e individuales, superan con mucho a las virtudes.

En descargo de Idiákez hay que apuntar que Eguaras, el faro del equipo, sale de una complicada lesión, que James Igbekeme, otro de los indiscutibles, se lesionó en Almería y que Raúl Guti, el tercero de los titulares del centro del campo, sigue recuperándose de su intervención de pubis. Pero todo esto no le quita responsabilidad al técnico en el derrumbe del Zaragoza. En sólo ocho jornadas, Idiákez no ha sabido aprovechar la herencia recibida, la de un conjunto trabajado y definido en torno a un sistema que rindió apreciables beneficios la pasada campaña. Porque a diferencia de Muñiz (Málaga), de Diego Martínez (Granada) o de Jiménez (Las Palmas), por citar algunos ejemplos, a Idiákez no le han dado una plantilla nueva, con 14 o 15 fichajes para ensamblar. Y a Idiákez le han faltado soluciones y le han fallado elecciones de jugadores en estos cuatro últimos partidos, donde el Zaragoza ya no ha sido el Zaragoza.

Destituir a un entrenador siempre es un fracaso, porque obliga a empezar de nuevo con la temporada lanzada, pero ya se sabe que en el fútbol no hay nadie más débil que un entrenador que no gana partidos y que la cuerda siempre se rompe por el mismo sitio. O la reacción es inmediata y sostenida, o ya saben lo que acabará pasando.