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El tercer tiempo

Una confesión

Me apasiona el fútbol. Nada mejor que una jornada como la del sábado, dos partidos en la cumbre, la evidencia de que el Sevilla le ha agarrado el gusto a la calidad, la potencia de los que vienen soplando las velas del entusiasmo, la resistencia de los más débiles. El fútbol ganándole la batalla al griterío. Eso es grande, anima a querer más este deporte que circula por la sangre de niños, de jóvenes, de veteranos y de viejos. De mujeres y de hombres. Pero luego está tu equipo, el que te separa el ánimo entre alegría o melancolía. Un estado de ánimo, sí, otra vez tiene razón Valdano. Ahora toca la melancolía.

La pasión de Landero

De todo eso hablaba con uno de nuestros grandes escritores, Luis Landero, extremeño extremadamente madridista que, como yo mismo, vive su propia pasión con resignación sureña, esa que nos lleva a decir a los que somos de esta parte baja del mundo "qué le vamos a hacer" cuando las cosas van chungas. La derrota del Madrid en Sevilla abrió un hueco en el alma hasta de Roncero, que siempre encuentra, bendito él, una razón para creer en los suyos. A Landero lo vi más escéptico, qué le vamos a hacer. Él esperaba el derbi con el entusiasmo disminuido. Algunos valores se le habían ido al garete. El empate le parecía plausible.

El humor de Aramburu

Fernando Aramburu, la conciencia literaria de lo que sucedió en Euskadi en los años oscuros (Patria es un monumento que no se puede dejar pasar), vive en Colonia desde que se enamoró en Zaragoza, hace más de veinte años. Desde allí escribe libros, artículos, y durante un tiempo ilustró a los lectores de El País sobre la sólida Bundesliga. Ahora escribe de la vida en El Mundo y, en Twitter, no abandona el fútbol. Un gran aficionado, con la conciencia de lo que es el fútbol, un deporte que resiste análisis y literatura. Él se lo toma con humor.

"Nos ganaron"

Este sábado comunicó su desconsuelo ante la derrota de los suyos, la Real Sociedad. El Valencia se salvó del descrédito por un gol. Escribió Aramburu este sermón de las doce palabras: "Nos ha ganado el Valencia. La conducción se efectuará en la intimidad". No se puede decir mejor en tan poco espacio. Transmite el escritor donostiarra qué pasa: perder es parte de la trama, y tú no puedes interpretar otro humor que el que hace destilar la melancolía. "Nos ganaron". Es una noticia que, desde la infancia, explica en dos palabras el abismo. Le pasa a Aramburu, nos pasa a todos.

El otro lado

A los del Barça no nos venía el consuelo; el final fue bronco, Messi perdió los papeles, como un capitán sonado. Sin embargo… Al Athletic lo vino a ver el dios del empate en campo contrario. Ante el Madrid empató en San Mamés, una gloria chiquita. Pero fuera, y en el Camp Nou, empatar es una palabra mayor, un triunfo. Así que mientras yo daba suelta a mi melancolía escribiendo para As, en el otro lado un amigo mío, Tomás Ondarra, explicaba así su ánimo: "Partidazo de mi gran amigo Óscar de Marcos, lo siento por mi otro gran amigo Ernesto Valverde". Sólo tuve ánimo para decirle: "Cierto". No me salió más.

La nueva savia

El estreno de Vinicius en el Madrid es una buena noticia, como la forma que ha adoptado el Sevilla, que le dará a LaLiga alimento. Vinicius tiene dieciocho años y si la vida de la alta competición no lo diluye está llamado a revolucionar el área. Tiene entusiasmo y puede darle a Roncero el ánimo que a veces le hurta (nos hurtan) los elementos sólidos de los equipos. Fue saludable verle. Como ver el regreso de Courtois, exatlético, ahora frente a los suyos. Oblak fue la contrapartida. Qué porteros. Tiene razón el As: fue la noche de los porteros. Parar es su tarea, pero cómo la ejecutan.