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Festival del Zaragoza en el Tartiere

El Real Zaragoza fue un trueno en el Carlos Tartiere, un trueno de ambición, de fútbol y de goles. Un trueno que va muy en serio. En una tarde redonda, pletórica, el equipo aragonés jugó como un grande en un escenario de máxima exigencia en la categoría e impuso su ley con una enorme autoridad. Fueron cuatro, pero pudieron ser media docena —el árbitro le anuló un gol legal a Álvaro Vázquez— frente a un rival que también aspira al ascenso directo. Idiákez es un entrenador valiente, que no especula y sale a ganar todos los días, y sus futbolistas están interpretando cada vez mejor su ideario. El Zaragoza, igual que hizo ante el Las Palmas, intimidó al Oviedo de salida, arrollándole literalmente en la primera media hora, y le acabó goleando en la segunda parte con un acierto del que hasta ahora había carecido. Al equipo aún le falta continuidad en algunas fases del partido, pero tiene una pinta excelente. Tiene conjunto y tiene individualidades.

El Zaragoza fue completísimo como bloque en casi todos los órdenes, aunque no se puede pasar por alto la ejecutoria individual de varios de sus futbolistas. Javi Ros, en funciones de mediocentro, dejó una actuación primorosa, lo mismo que Pombo, en estado de gracia, y que James Igbekeme, que coronó su gran tarde con un golazo de bandera. El nigeriano lleva camino de ser una de las sensaciones del campeonato. Álvaro Vázquez, por su parte, acudió a su cita semanal con el gol, Marc Gual volvió a dejar constancia de su clase y Soro, el crack que viene como un tiro, firmó su primer gol oficial. No se puede pedir más.