CAMPO ATRÁS

Baloncesto, sexo y peleas: el jugador más duro de la historia

Wendell Ladner era un playboy al estilo Burt Reynolds que sembraba el terror en la ABA y que se enfrentó a otros temidos como Jabali, Brisker...

La ABA sabe a nostalgia y contracultura. A peinados afro y aquel balón tricolor patriótico (rojo, azul y blanco) que fue en realidad una ocurrencia de George Mikan, el primer gigante de la historia del baloncesto, cuando ejerció de comisionado de la nueva competición. La razón real era que él (jugaba con gafas...) siempre había tenido dificultades para ver bien el balón naranja. La ABA era eso: diversión, laxitud de normas (o normas que se improvisaban sobre la marcha, más bien) jugadores cambio de equipo y equipos cambiando de ciudad. La popularización del tiro de tres, el concurso de mates y los All Star tal y como los conocimos después, las prácticas de márketing que la rígida NBA consideraba entonces payasadas pero que después fue asimilando (del mismo modo que el concurso de mates, el tiro de tres...): concursos, regalos, noches temáticas, chicas ligeras de ropa ejerciendo de recogepelotas... La ABA que cometió muchísimos errores y se lanzó (Dennis Murphy a la cabeza) a una idea sin pies ni cabeza: en una época en la que las franquicias NBA sufrían para no ser deficitarias, se creó otra liga de baloncesto sin estudios de mercado ni grandes planos macroeconómicos. Solo porque otros ya habían creado una segunda liga de football (Pro Football League). Y algo había que hacer.

Ese algo acabó durando nueve años (1967-76) y forzando una fusión con la NBA a la que llevó cuatro equipos (Denver Nuggets, Indiana Pacers, San Antonio Spurs y New Jersey Nets). Capaces además (Spurs, Nuggets...) de ganar su División en su estreno en la NBA, otra punzada en el orgullo de la gran liga, que no solo temía una guerra de salarios en lo que hasta entonces había sido en la práctica un monopolio sino que también sintió que el baloncesto de la ABA no era serio hasta que no tuvo más remedio que, al menos, reconocer algunas cosas. Una, que era muy divertido. Dos, que los Cougars entrenados por Larry Brown no ganaban amistosos a los sacrosantos Celtics y a unos Knicks campeones solo por causalidad o porque le pusieron más empeño que los hermanos mayores. La ABA construyó una montaña de contratos fraudulentos (o como mínimo muy extraños), huidas hacia adelante y decisiones a veces delirantes. Pero la ABA fue también Julius Erving, Larry Brown, Doug Moe, Connie Hawkins, Moses Malone, los cambios de bando de Rick Barry, el Wilt Chamberlain entrenador...

Un baloncesto de tipos muy duros

Y fue un baloncesto divertido, con más potencia ofensiva y más brillo de las estrellas individuales que aquella primera NBA... pero también terriblemente duro. Ultra físico, casi sin reglas hasta que empezaron a llegar árbitros importados de la propia NBA a golpe de talonario. Partidos llenos de golpes y tanganas, jugadores de mala reputación, otros que venían de trabajos depauperados o vidas en los barrios más difíciles. Y unos cuantos ya casi olvidados y que fueron, cuentan, los más duros que jamás pisaron pistas de baloncesto profesional: John Brisker, Warren Jabali, Wendell Ladner...

A diferencia de Ladner, Brisker y Jabali eran negros en los años en los años en los que comenzaban a hervir el Black Power, la agitación de las conciencias y los nuevos y más frontales enfoques al (recuerdo: eterno) conflicto racial en Estados Unidos. Ambos, además (y contra el tópico de los leñeros) eran excelentes jugadores. Pero, sencillamente, eran temidos incluso por sus propios compañeros. Warren Armstrong fue una estrella en Wichita State y Rookie del Año en la ABA (1969, con los Oaks de Oakland) antes de cambiarse el apellido a Jabali (La Roca en suajili) tras su conversión al islam. También fue cuatro veces all star en una carrera de siete años en la que promedió más de 17 puntos por partido. En plena cruzada contra el establishment, llegó a increpar a un rookie de raza negra por llegar una camiseta de algodón (“nuestros antepasados recogían eso”) y selló su leyenda negra cuando pisó la cabeza, literalmente, al (blanco) Jim Jarvis después de noquearlo. Una pesadilla para la imagen pública de la ABA y la crucifixión para un jugador que se confesaba racista, que detestaba todo lo que oliera al sistema establecido por los blancos y que terminó sus días (murió en 2012 con 65 años) en Miami, como profesor de educación física y convertido en una figura respetada y querida que ayudó a muchos jóvenes con problemas.

Si la historia de Jabali tuvo un final inspirador, la de John Brisker acabó derivando en una de las leyendas urbanas más apasionantes de la historia del baloncesto: en 1985 se le declaró legalmente muerto después de que su pista se perdiera en África, donde se decía que había acabado como mercenario, primero al servicio y después como víctima del presidente de Uganda Idi Amin (un tirano cuyo régimen rondó el medio millón de muertes). Se dijo que, con una identidad falsa, había boxeado con Amin y entrenado a la selección de Uganda. También que huía del FBI, que escapaba de la mafia, que había regresado a EE UU y seguía vivo... Después de dos años y medio en la ABA (26 puntos y más de 9 rebotes de media, dos veces all star) probó en la NBA con los Supersonics pero le perdió su incapacidad de seguir las normas. Las de nadie, tampoco las de su entrenador en Seattle: Bill Russell, nada menos.

Su carrera ABA, con los Condors de Pittsburgh, fue una extensión de su infancia en los depauperados y abandonados projects de Detroit. De la Universidad de Toledo, donde tocaba la tuba y jugaba al baloncesto, fue expulsado por insubordinación. En Pittsburgh, sus compañeros guardaban una distancia aterrada con él y la pistola que llevaba en su bolsa de deporte y que llegó a sacar después de que su equipo contratara a un jugador de football para que le zurrara a base de bien en los entrenamientos. La cosa fue tan mal que acabó con ambos pistola en mano y los entrenadores temiendo una tragedia. 

Ladner, un playboy al estilo Burt Reynolds

Jabali y Brisker eran tan duros, tan violentos y tan inestables que los equipos pensaban en uno para neutralizar al otro: los Floridians se hicieron con Jabali para que protegiera a su equipo en los duelos contra los Condors de Brisker. Prácticamente ningún jugador se atrevió a cruzar golpes y amenazas con ellos en pista. La excepción fue Wendell Ladner: Wondrous Wendell (el maravilloso Wendell).

Casi dos metros, algo más de 100 kilos y cuerpo de linebacker de football, Ladner fue un jugador querido por todo el mundo fuera de las pistas y temido por cualquiera con sentido común en ellas. Después de pasar por Memphis, Carolina y Kentucky (dos veces all star), acabó en Nueva York con los Nets (que, desesperados, se habían puesto ese nombre para sonar como Jets y Mets) y como escudero de Julius Erving. Juntos fueron campeones en 1974 y dicen que el Doctor J solo ha llorado en público en el funeral de Ladner, donde era el único negro en una ceremonia celebrada en Necaise Crossing, una tierra de nadie en el Mississippi profundo donde muchos no entendieron nunca que el gigantesco Ladner tratara igual a todo el mundo (fuera de la raza que fuera) o que compartiera habitación con un compañero de equipo negro.

Alero con talento pero obsesionado con lanzar desde casi cualquier parte, se hacía perdonar por sus entrenadores por su intensidad abrasiva: mucho más que estadísticas, todos le recordaban volando para asegurar posesiones como si fueran fumbles de football. En una de esas acciones marca de la casa, chocó contra un refrigerador de bebidas, reventó las botellas y aterrizó en una alfombra de cristales rotos. Lo que quedó por la vía del boca a boca fue que una mujer se desmayó, que tuvieron que darle “cientos de puntos” y que quiso seguir jugando el partido. En realidad le dieron 48 puntos y dejó ese encuentro, un sexto de los playoffs de 1973 entre Kentucky y Carolina, pero jugó el séptimo, al día siguiente, y su equipo se clasificó en pista de los Cougars.

A Ladner lo descubrió Babe McCarthy, el mítico entrenador que dirigió a Mississippi State en el Partido del Cambio, la semifinal regional de 1963 en la que burlaron a los secesionistas para enfrentarse a Loyola Chicago, que jugaba con cuatro negros en su quinteto: “Fijémonos en cómo juegan, no en su raza”, dijo un McCarthy al que, en una entrevista después del golpe contra el refrigerador y los puntos de sutura, le dijeron que Wendell Ladner no conocía el significado de la palabra miedo. Esta fue su respuesta: “Bueno, puede ser. Pero tampoco sabe el significado de muchas otras palabras”.

De Ladner decían que era “más tonto que un palo”. Tenía problemas para pronunciar la ‘S’, apenas podía grabar campañas publicitarias con éxito, se rumoreaba que percibía la realidad demasiado a su manera y su vocabulario era muy escaso. Solo hablaba de mujeres y baloncesto... “y muy poco de baloncesto. Sin embargo, dejó amigos en cada sitio que pisó y todo el mundo ABA quedó devastado cuando falleció en un accidente de avión el 24 de junio de 1975, con 26 años. Su cadáver pudo ser identificado porque llevaba su anillo de campeón con los Nets.

Promedió más de 11 puntos y 8 rebotes por partido, pero su trabajo fue pelearse con todo el mundo. Literalmente. Especialmente con cualquiera que tocara a Julius Erving. En su tercer partido en la ABA colisionó con un Brisker que ya había sido advertido de que en el segundo había protagonizado una pelea más propia de él y Jabali. Después, cada vez que se enfrentaban, asomaba la cabeza en el vestuario de los Condors y gritaba: “Qué, Brisker, ¿nos pegamos ahora o después del partido?”. Los árbitros aprendieron pronto que cuando se medía a otro marrullero como Cincy Powell era mejor no frenar su primer enganchón y dejar que la cosa llegara hasta donde tuviera que llegar, o casi, para que todos vivieran más relajados el resto del partido.

La primera vez que jugó un amistoso contra los Celtics, estos preguntaban atónitos quién demonios era ese “lunático” que estaba zurrando de semejante manera al pobre John Havlicek. Y de él se cuenta que presumía de haber sido expulsado de un partido universitario por hacer todas las faltas en 90 segundos o que, por ejemplo, la primera vez que sobrevoló la capital y vio desde un avión el Monumento a Washington dijo que aquello “debía ser el Washington Post”.

Un eterno niño en el cuerpo de un gigante, era irresistible para las mujeres con un look de bigote y pelo en pecho que recordaba a Burt Reynolds. Al estilo del actor en un celebrado reportaje de Cosmopolitan, posó (es la imagen que abre este artículo) solo con pantalón corto y un balón de baloncesto en una campaña publicitaria de los Colonels de Kentucky. Los pósters se agotaron en un día. Su médico contó que le dijo que tal vez estuviera practicando demasiado sexo cuando acudió a él con dolores en la zona genital. Su respuesta fue que lo practicaba unas cuatro veces al día e intentó exculparse asegurando que "pero casi nunca con la misma mujer". Su muerte provocó tal tristeza entre todos los que trataron con él que el preparador físico de los Nets, Fritz Massmann, no dejó durante 17 años que nadie llevara su número 4 por respeto. Como si lo hubiera retirado oficiosamente una franquicia en la que luego lo lució Rick Mahorn, otro de los grandes brutos de la historia del baloncesto y recordado miembro de los Bad Boys de Detroit.

Un gigante blanco que soñaba con jugar al football cuando dejara el baloncesto, Wendell Ladner pasó a la historia como el “segundo net más famoso” de los campeones de 1974, solo por detrás de Julius Erving. Adorado por las mujeres de los años setenta y querido por todos aunque se pasó un lustro repartiendo más palos que nadie en una ABA en la que todo el mundo repartía muchos. Uno de esos jugadores, en fin, que se han quedado sin sitio en la historia pero cuya historia es sencillamente deliciosa.

Lo más visto

Más noticias