Griezmann representó el triunfo de Simeone en Rusia
Acabó el Mundial de Putin y el VAR. Terminó una Copa del Mundo que se inició con el miedo a los ultras y terminó como una de las más seguras de la historia. Ese control de los hinchas con el FAN ID, gran invento ruso, se trasladó al césped y faltaron jugadores creativos que tiraran caños y rabonas, que hicieran filigranas, que desbordasen, que arriesgaran. Ha sido un Mundial en el que ha faltado fantasía e imaginación. No fue el Mundial de los mediapuntas ni de los jugones. Fue un Mundial presidido por la fase defensiva de todos los equipos que iban avanzando en el cuadro. No fue el Mundial de Messi ni de Cristiano. Ni de Neymar. Fue el Mundial de Griezmann, Mbappé, Modric, De Bruyne y Kane. Era un Mundial para Italia, pero la igualdad real del fútbol moderno no la permitió ni jugarlo.
Si en el Mundial 82 de España la maravillosa Brasil de Sócrates, Falcao, Toninho Cerezo y Zico fue condenada por no salir campeona y en el Mundial 94 de Estados Unidos se coronó el trivotazo brasilero de Mauro Silva, Mazinho y Dunga, imponiendo una moda para los años siguientes en todo el fútbol planetario, de este Mundial 2018 quedó desbancado el fútbol de toque, posesión y posición que impuso España de 2008 a 2012 y que llegó a ser imitado hasta por la Alemania de Joachim Löw que logró ganar el Mundial 2014, pero que fracasó estrepitosamente en Rusia 2018 no pasando de la primera fase.
La Francia de Deschamps se pareció al jugador que fue el técnico francés. Se asemejó a aquel hermético 4-2-3-1 que hizo campeona del mundo a la Francia del 98 con Zidane de creativo y Didier Deschamps en el doble pivote. La Francia de Deschamps ha sido un equipo que libra por libra era mejor que todos los equipos. Desde el lateral derecho hasta el nueve (por más que no marcara ni un gol Giroud) hubieran sido titulares en cualquiera de las otras 32 selecciones. Hasta el portero Lloris, que las paró todas hasta su fallo grosero en la final. Deschamps entró en la leyenda junto a Zagallo y Beckenbauer por haber alzado la Copa del Mundo como jugador y como seleccionador.
El éxito de la Francia de Deschamps se ha basado, además de en la fortaleza unida a la calidad de Kanté y Pogba, la contundencia defensiva de Varane y Umtiti, sumando ambos en ataque a balón parado, la profundidad y contundencia de los laterales (Lucas se ha coronado en esa demarcación), en la potencia y desborde de Mbappé, el genio que viene, además de en todos estos jugadores, el éxito de la Francia de Deschamps se ha basado en la inteligencia, en el sacrificio y en el control del juego de Antoine Griezmann. El delantero del Atlético ha dado un máster de como gobernar los partidos. Grizzi es una estrella que se pone el mono de trabajo y que defiende y hace el trabajo sucio como cualquier gregario. Y todo eso lo ha aprendido a los órdenes del cuerpo técnico que dirige Diego Pablo Simeone en el Atlético de Madrid.
Y es que uno de los grandes triunfadores del Mundial de Rusia ha sido Diego Pablo Simeone. Por más que Van Basten y su grupo de sabios que forman el Comité Técnico de la FIFA hablaran de que el ‘efecto Guardiola’ había sido decisivo en la Copa del Mundo celebrada en Rusia, cualquiera que haya visto un mínimo de seis partidos del Mundial en abierto en Mediaset coincidirá en que la influencia del fútbol de Simeone ha sido mayor del juego al que aspira Guardiola. El ‘efecto Simeone’ se ha impuesto en Rusia 2018.
La Bélgica de Roberto Martínez, que ha sido la selección que más ha ilusionado y maravillado a ratos, es la evolución lógica del fútbol que propone Simeone. La Bélgica de Courtois, Hazard y De Bruyne es el desarrollo al que aspira el cholismo, que no aspira al tiqui-taca, sino a transiciones rápidas, a contragolpes fugaces, a ataques relámpago que penalicen los fallos del rival, que bien ejecutados son una alegría para la vista. La Bélgica de Roberto Martínez, que se diferencia del Atlético del Cholo en que dispone un sistema 5-3-2, no tuvo nada que ver con el fútbol de Guardiola, un fútbol también maravilloso, que combinado con esos contragolpes ofrece el fútbol total que logró Luis Aragonés con España en la Eurocopa 2008 y que es la aspiración de Simeone, el gran triunfador del Mundial 2018, con su Atleti. Tampoco se pareció al fútbol de Guardiola el que hizo la fabulosa Croacia de Modric, Perisic y Rakitic que enamoró al mundo por no rendirse nunca y forzar tres prórrogas y pelear hasta que pitara el árbitro el final.
De la que no aprenderá nadie será de la España de Ramos y Piqué. Del tiqui-taca sinfónico de 2008 a 2012, La Roja se superó en lo negativo con el tiqui-taca nihilista, con un toque como búsqueda de la nada, con el Gili-Taca que definió Luis Nieto en As. Ramos y Piqué pasándose el balón hasta la eternidad sin profundidad y sin sentido alguno. Eso es lo que fue España, más allá del Tsunami Julen y del excesivo poder de los jugadores que ha provocado el fichaje de Luis Enrique como seleccionador para limitarles su mando arbitrario y omnímodo. La presión alta tras pérdida que había funcionado con Lopetegui en la fase de clasificación no se vio durante la Copa del Mundo. Y España fue una caricatura de sí misma.
El primer Mundial del VAR acabó siendo en el que más goles a balón parado se anotaron de la historia. Igual tuvo algo que ver el Gran Hermano tecnológico para que los atacantes sorprendieran con su estrategia a los defensores. O no. Para muchos la llegada de la tecnología ha hecho que el resultado sea más justo, pero en un juego no es cuestión de hacer justicia sino de jugar, de estar expuesto al azar, ya sea el error del árbitro o el bote del balón, para saber quién es el ganador. No se trata de justicia. El penalti que marcó Griezmann en la final no es un escándalo como la mano de Henry o el gol de Lampard. Para ese viaje no hacían falta esas alforjas. Pero el VAR ya está aquí. Al menos en LaLiga, tardará más en la Champions, en una división futbolística que complica la grandeza del fútbol, porque se juega con reglas distintas en función de la competición. Pero nadie podrá con el deporte más maravilloso que ha inventado el ser humano. ¡Que llegue ya Qatar 2022, por favor!