Todo lo contrario es Brest, una ciudad con mucho peso en la carrera. Su palmarés también lo abrió otro ganador del Tour: Louis Trousselier, en 1906. Trou-Trou era uno de los ciclistas fuertes de la época, que sin embargo no pudo participar en el primer Tour, en 1903, porque estaba suspendido por la Unión Velocipédica de Francia, en principio de por vida, por haberse remolcado en un coche durante la Burdeos-París. En su regreso, Trousselier conquistó la tercera edición del Tour en 1905 y acumuló 13 victorias de etapa hasta 1910. Tras aquel estreno, Brest se convirtió en paso obligado hasta 1931. Y luego siguió apareciendo en el trazado, de forma más espaciada, hasta un total de 29 veces.
Más allá de estas etapas, Brest ha jugado un rol decisivo en la historia del Tour. Pierre Giffard, un eminente periodista, director del Petit Journal y redactor jefe del Vélo, creó la París-Brest-París sobre 1.200 kilómetros en 1891. Fue la primera gran carrera francesa, en unos tiempos en los que el objetivo de estas competiciones, concebidas más como aventuras que como deporte, era vender periódicos. Unos 400 ciclistas participaron en aquella prueba, que ganó Charles Terront, un ilustre de aquel periodo.
A Giffard, sin embargo, le salió un duro competidor en Henri Desgrange, que fundó L’Auto y organizó su propia París-Brest-París en 1901, que se adjudicó Maurice Garin. Este mismo Desgrange tuvo la iluminación de concebir una carrera inédita en 1903: el Tour de Francia. Y ese mismo Garin se erigió como el primer campeón. La historia del ciclismo cambió para siempre desde entonces.