Inglaterra, Harry Kane y el fútbol de siempre
Si este Mundial me llega a pillar en plena adolescencia, cuando se forjan los ídolos que te van a acompañar toda la vida, creo que me habría fijado en Harry Kane. Veo en su estampa de oficial de la Marina Real británica la verdad del fútbol de siempre. La inteligencia puesta al servicio del esfuerzo, el talento para hacer fácil lo difícil, la calidad sin adornos absurdos, el respeto al rival y el ensalzamiento sincero del equipo por encima de su actuación individual. Inglaterra vuelve a semifinales 28 años después con una selección con poco nombre. No hay nadie como Gascoigne, Lineker, Beardsley, Barnes ni Platt. Tampoco como Shearer, Adams, Fowler, Owen ni McManaman. Ni como los más recientes Beckham, Gerrard, Lampard, Scholes o Rooney. En el combinado de Southgate, todos jugadores de la Premier, sólo Kane es estrella de primerísimo nivel y referente absoluto de un club importante. Dele Alli, Sterling, Lingard o Henderson son jugadores importantes de grandes entidades, pero en un escalón inferior, o dos, respecto a los cracks de la liga inglesa. Sin embargo, esta Inglaterra ha conseguido lo que perseguían todas las anteriores y lo que ansía todo equipo de fútbol: que el grupo rinda mucho más que lo que a priori le suponíamos a la suma de sus miembros. Es un equipazo en el sentido más colectivo del término. Sería conseguir la segunda estrella lo que encumbraría a unas individualidades con, hasta ahora, discretos palmareses internacionales. Y sería muy merecido y una gran lección para todos los amantes del deporte rey. Es el estilo Kane.
Escarmiento. Neymar es el tipo de futbolista contrario al capitán inglés. Su histrionismo perjudica la maravillosa calidad de su juego. Que el planeta entero se esté burlando de su tendencia a la exageración puede ser el primer paso para que corrija su actitud. El 10 brasileño empezó a descarrilar el día que decidió romper su alianza con Messi. Veremos cómo prosigue su carrera tras la dura derrota ante Bélgica.
Paradas. Los cuatro semifinalistas tienen algo en común, sus porteros han tenido varias intervenciones fabulosas en momentos cruciales del campeonato. Es la posición más ingrata, señalada cuando no está a la altura del resto del equipo. A cambio, cuando se muestran en estado de gracia, sus compañeros se sienten todos mejores futbolistas. Benditos locos con guantes.
Campeón. Ya sabemos que el título se quedará en Europa y que tendremos una final inédita. Hay un 50% de posibilidades de que algún país se estrene como campeón del mundo. Pero, pese a haber caído todas las selecciones favoritas, al ganador le quedará muy bien la nueva estrella. Francia dio el salto de prestigio con Zidane y compañía y la joven selección actual es digna heredera de aquella. Inglaterra siempre la merecerá por ser el lugar donde el ser humano inventó el juego más bonito imaginable. Bélgica posee una generación tan impresionante que no pasaría nada si se queda como flor de un día y no vuelven a alcanzar tan altas cotas jamás. Todos recordaríamos este equipo como se recuerda a la Hungría de los 50, aunque aquella perdiera una final contra pronóstico. Y si gana Croacia, sería una recompensa histórica para los Balcanes, esa encrucijada geográfica donde tanto se ha sufrido, pero donde siempre se ha competido a un nivel altísimo en todos los deportes de equipo. Incluido el fútbol.
Picardía. El excelente civismo de Japón, tanto de su selección como de su afición, nos ha removido las conciencias a todas las sociedades del primer mundo. Lo paradójico es que, detrás de esa pulcra educación y decoro, se esconde un defecto para jugar mejor al fútbol. Sólo se explica así su candidez ante Bélgica. Un equipo ostensiblemente más bajo que el rival y que goza de un córner en la última jugada de una eliminatoria que va empate no puede subir a sus centrales y sacar directo al área, encima a las manos del portero. Arruinó lo que había sido un partido excelente. Es mucho más fácil enseñar civismo que picardía. Esta sí que es patrimonio exclusivo de determinadas culturas. Como bien sabemos aquí.
Carlos Matallanas es periodista, padece ELA y ha escrito este artículo con las pupilas.