Di María y las malas decisiones

No es una canción nueva, ni mucho menos. Casi suena a triste letanía, con buenas dosis de despecho. Di María lo ha vuelto a hacer, vuelve a atizar al Madrid por haberle vendido en el verano de 2014 para, con esos fondos, ir a por un James que irrumpió en el primer nivel con su brillante Mundial de Brasil. Sugiere que el Madrid presionó para que el argentino no jugase la final de aquel Mundial, ante Alemania, por miedo a una lesión que ensuciase sus opciones en el mercado. Una acusación creíble y que debió ser dolorosa (aunque no es novedosa; no hay club de élite que no haga fuerza para beneficiar sus propios intereses), pero no pretenderá Di María, a estas alturas, que nos creamos que lo tuvieron que sacar del Bernabéu con camisa de fuerza porque se aferraba a su taquilla mientras proclamaba su madridismo.

Recapitulando: Di María arrancó la temporada 2013-14 como extremo, su puesto natural, pero la llegada de Bale le condenaba en las grandes citas al banquillo. Además, su rendimiento en la primera mitad del curso no justificó un cambio de guardia con el galés y le ocasionó algunos pitos, resueltos por su parte con un tocamiento en su zona noble durante una sustitución en el Bernabéu que luego quiso distraer, aduciendo incomodidad en la zona. Lo que le molestaba no era el calzón; eran los silbidos. Ancelotti no se dejó cegar por la atmósfera, supo ver más allá: Di María era un buen futbolista y podía darle al Madrid ese equilibrio que le faltaba. Le encontró acomodo en la media junto a Xabi Alonso y Modric y el Madrid voló en Copa y en Champions, siendo además el argentino el MVP de la final ante el Atlético en Lisboa. ¿Qué podía salir mal?

Pues todo. Di María aprovechó la coyuntura para solicitar un dineral (sobre los ocho millones limpios) y el Madrid, que ya le conocía (ya pidió un aumento tras su primer curso de blanco y el club, presionado por Mourinho, aceptó), no llegó a tales cantidades, que sí le ofrecía el PSG. La mala fortuna del argentino quiso que el equipo parisino, en plena sanción UEFA y con un tope de gasto en fichajes, no pudiese acometer la operación, por lo que hubo de utilizar al Manchester United como etapa intermedia para, en el verano de 2015, aterrizar en París. Fue un final abrupto entre el Madrid y un jugador que, en cuatro temporadas, protagonizó altos y bajos y nunca terminó de enamorar a la grada por su estilo disperso y anárquico, pero tuvo un peso evidente en dos títulos de Copa, uno de Liga y la décima Champions tras doce años de persecución blanca.

Otra vez: nada nuevo bajo el sol. Es una historia bastante habitual. Un jugador rinde bien y pide más dinero, su club no acepta o lo hace sólo hasta cierto límite y, si no hay acuerdo, se separan sus caminos. Lo que no es tan convencional es el rencor que Di María arrastra, cuatro años después de salir, hacia el Madrid y su cúpula, toda vez que fue una venta solicitada por él en primer lugar, con contrato en vigor. Que Florentino aprovechase las aguas revueltas para traerse a James (es bien sabida la querencia del presidente blanco por hacerse con lo más granado de cada Mundial) no esconde una realidad inevitable: Di María se equivocó. Cambió al campeón de Europa primero por un Manchester que iniciaba su descomposición y luego por un PSG que, pese a sus enormes esfuerzos en el mercado, sigue sin dar la medida en Champions (y que además ha firmado a Mbappé y Neymar, cerrándole al argentino una vez más el paso a la titularidad fija). Con algo menos de dinero y algo más de paciencia, quizá tendría otras tres Copas de Europa en su palmarés en vez de andar rumiando lo que pudo ser y no fue, girando en su cabeza aquella mala decisión.