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Hay picante en el Kremlin

El primer tiempo del partido de México ante la campeona Alemania fue una sinfonía de cordura y solidez en las botas de Héctor Herrera y la novedosa genialidad de un joven llamado Jesús Gallardo (cuyo nombre merece entrar en los anales de la Revolución Mexicana). Agreguemos los desconciertos indefinibles que provocaron Carlos Vela y ese Chicharito que en el apellido lleva la grandeza. Ambos, y en relevos, se dedicaron a liquidar a Kroos (al parecer, estrategia ideada por el míster Osorio desde hace meses) y con ello, convertir a los teutones en un escuadrón errático, sorprendido ante la picardía instantánea del chile verde.

Mención aparte merece el trabajo de espionaje: Marco Fabián (desde la banca) y el titán Carlos Salcedo juegan en Frankfurt (ambos le arrebataron la Copa alemana al Bayern) y supieron contagiar a los mexicas de ayer la cordura y fortaleza de un equipo mexicano que salió sin complejos, con seguridad en el toque, triangulando delicadas burlas de balón que suscitaron un coro de olés en la grada… y luego, el gol.

Contragolpe de relámpago al óleo, Chicharito encara como enigma, abre al niño travieso que le dicen Chucky y con permiso: todas las décadas de derrotas acumuladas de pronto convertidas en la ilusión palpable y resistir todos los minutos restantes (con alguna posibilidad de anotar otros dos goles) y provocar que el portero rival se suba a rematar en el último minuto desesperado de un triunfo que nos recuerda que México es un país que canta al hablar y come colores, que le pone chile incluso a la fruta y sonríe por encima de todas las desgracias que nos han sacudido en los pasados meses.