Rubiales-Lopetegui: una barbaridad sobre otra

Una barbaridad sobre otra, un sainete en un escenario mundial, un ridículo de dimensión planetaria, una perplejidad vivida entre sonrisas en la concentración portuguesa. Admitiendo y censurando la fechoría del Madrid, acorralado por una situación inesperada y dándole la espalda al interés nacional, la Federación ofreció una respuesta desmedida, visceral, irreflexiva. Rubiales, envuelto en rabia, cargó el arma, apuntó a Lopetegui y acabó dándose en un pie.

A 48 horas del estreno destituyó al seleccionador sin tener sustituto, probablemente en contra de la opinión de parte de los futbolistas, en cuyas piernas está el futuro de España en el Mundial. Han llamado a Hierro, de urgencia, con prisas, obligado utilizar a 23 jugadores que él no eligió (aunque estaría de acuerdo en la inmensa mayoría). Fue la de Rubiales una reacción de orgullo mal entendido, muy poco conveniente para el equipo nacional. Sólo esgrimió una razón: que fue el último en enterarse. Vale para explicar el enfado pero no para pulsar el botón rojo.

El Madrid actuó mal, probablemente saltándose todos los protocolos y los principios éticos mínimos exigibles, pero hubiera sido más llevadera la situación si Rubiales hubiese mantenido al técnico, le hubiera dado aparencia de normalidad a una situación que no lo era y hubiese vaciado la munición tras el torneo. Hubiese ganado tiempo y razones. Porque nadie como Lopetegui conoce a los futbolistas y el plan. Pero el enfado nubló la vista y la lucidez a Rubiales. Y la responsabilidad de un posible fracaso en el Mundial, que hubiese caído clamorosamente sobre los hombros de Lopetegui, tendrá que compartirla ahora el presidente de la FEF, cuyo mandato comienza con una crisis insólita y esperemos que irrepetible.