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Muguruza y la sonrisa de la Gioconda

La portada del L’Équipe Magazine previa a Roland Garros tenía una sola protagonista, una apuesta: Garbiñe Muguruza. El dominical del diario deportivo francés desplazó a Madrid a un equipo para charlar con ella, que posó con vaqueros recostada en un sillón del lujoso hotel Santo Mauro. Como posa estos días en sus redes sociales con un ramo de rosas y el espectacular fondo de la Torre Eiffel. O hace gestos para ganarse al a veces hostil público parisino, que la hizo llorar el año pasado cuando perdió frente a la local Kristina Mladenovic bajo la presión de una grada incendiada. “J’adore ce court et ce public”, tuitea. Y declara su amor por los croissants: “Mi límite es uno al día; o dos si he corrido mucho”. También hemos visto a la número tres del mundo (que ya fue uno, recordemos) en el Museo del Louvre, fotografiándose esta misma semana frente a La Gioconda. Si la sonrisa de la Mona Lisa de Leonardo es inalcanzable, inexplicable, la de Garbiñe es transparente, cristalina. Sonríe. Y soñamos.

Porque Muguruza ya es campeona de Roland Garros y Wimbledon. Y en la tierra del Bois de Boulogne se la ve este año feliz. Plena. No le gustan las plazas pequeñas ni las rondas iniciales. Ella ha nacido para estar bajo los focos, aunque se abrase. Y así hay que aceptarla. Ya lo dijo en Acapulco: “Me importa una mierda lo que diga la gente”. De espantás a grandes faenas. Con confianza, en una segunda semana de un Grand Slam es una bomba. Si este lunes gana a Tsurenko estará en cuartos. Y tendrá enfrente a Serena o Sharapova, rutilantes estrellas que pierden brillo. Un cruce motivante. Ojo a Garbiñe y a su sonrisa.