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A los pies de Joaquín y Jesús

De Joaquín se dijo que no tendría una carrera larga. Lleva 18 años en la élite. De Navas, que no aguantaría una vida en Manchester. Ganó la Premier con el City. De Joaquín, que era un futbolista intermitente. Ha jugado de extremo, carrilero, volante, mediapunta y delantero. Ha tenido velocidad, regate, centro, capacidad de asociación y gol. Y espíritu de sacrificio. De Navas se dijo que sólo (como si fuera poco) era un talento físico y un jugador de una sola dirección: recto por su banda. Él escogió la contraria para empezar la jugada más importante de la historia del fútbol español, la del gol de Iniesta.

Asistí con pasión a interesantes debates sobre quién era más, si Joaquín o Reyes. Luego, si Joaquín (generación del 81) o Navas (generación del 85). A los dos gigantes sevillistas les ha sobrevivido Joaquín, un gran mérito. Navas puede decir que es campeón del mundo. Y si Jesús marcó un penalti que valió una final de la Confederaciones en 2013, Joaquín lo falló en 2002 en Corea cuando ni siquiera sabía cuánto significaba eso. Luis no lo quiso llevar a la Eurocopa de 2008. Imaginó un equipo que jugaría por dentro, sin extremos. Le funcionó, pero siempre supo que había cometido una injusticia. Aquello fue una pena. Para mí, Joaquín es tan campeón como los 23 de Viena y Johannesburgo. Son las banderas del derbi. A sus pies, Jesús y Joaquín.