Tercer tiempo
56’56’’
Son los números símbolo de este partido que para que nadie fue bueno, probablemente, pero que guardó el tesoro de ese guarismo, el minutaje correspondiente al momento en que Iniesta deja el campo, sustituido por Paulinho, de modo que éste fuera el tiempo que le dedicó a un partido que ya ha disputado muchas veces a lo largo de su fructífera historia. Iniesta se fue y se quedó el campo cantando su nombre. El Madrid se preparaba para enjugar el 2-1, los blancos no se rindieron, no es su estilo, y al Barça le pesó la melancolía que le entra cuando juega más que una metáfora.
El niño descalzo
Y luego los barcelonistas fueron a buscar a Iniesta, para rendirle el agasajo que se merece. El eterno futbolista apareció como el niño descalzo que fue, en el círculo central le hicieron sus compañeros un manteo de gratitud. Se rompió el efecto pasillo, se hizo lo que había que hacer, una celebración doméstica y a la vez grandiosa, porque implicaba al mejor jugador de la historia española y reciente del Barça, compañero feliz de dos grandes, uno que sigue, Messi, y otro que se fue, Xavi. La tensión se quedó en el campo y la sonrisa que merece Iniesta se trasladó de la grada a la plantilla.
Revólver vacío
Relaño dijo en Carrusel que el Madrid parecía, sin Cristiano, un revólver sin balas. Pues sacó una bala Bale y dejó a Ter Stegen como se quedó Keylor Navas cuando el tirador que se quedó en el campo, Leo Messi, resolvió de la misma manera un balón que administró con inteligencia y pie izquierdo. Fue un buen partido, los incidentes fueron parte del fútbol, decir algo del árbitro sería desmejorar la grandeza de este deporte en el que unos y otros dieron un espectáculo que, entre otros, se merecía Andrés Iniesta. El resultado es un telón que favorece a los dos: al Barça lo deja invicto y al Madrid le da honra, estímulo para el futuro.
Calentón
Cuando se calentó la primera parte ya había pasado la etapa dulce de este partido, nacido demediado para la historia. Nadie se jugaba otra cosa que el honor, tan presente en los estadios como la estupidez o el grito. Se había hablado del pasillo y de otras grutas, fuese y no hubo nada, como en el Tenorio. Pero los jugadores habían almacenado su ira y ésta afloró de tal forma que hasta Messi se encrespó, Sergi Roberto se tomó la mano por venganza y aquello se hizo más de la raza que del fútbol. Hasta entonces había sido un partido de los de antes, aunque podía más el Madrid.
Enfriamiento
El Barça se jugaba la honra y el Madrid la misma cosa. El enfrentamiento generó especulaciones sobre el café que iba a circular en los banquillos y en el medio campo. El gol de Suárez fue un aperitivo de un solo trago, pues el Barça se replegó como si estuviera en espacio de meditación, y Cristiano no perdona. El juego se hizo crespo, como los recreos que carga el diablo. Los enfrentamientos de estos dos equipos no nacieron para la tregua. Intentaron frenarlo y enfriarlo con la ausencia de ese pasillo del diablo. Pero el juego se fue aguando a favor de la bronca.
Decepción
Un partido que tiene en el campo a Messi y a Modric, a Iniesta y a Cristiano, a Benzema y a Coutinho, no se merece esta mediocridad. Cuando el árbitro es más intenso que el juego, y las patadas y los malencaramientos están por encima de las jugadas, es que los jugadores se equivocaron de escenario mental. Y era un partido tan simbólico. Despedir a Iniesta hubiera merecido un respeto por lo que significa el fútbol. Esos 45 minutos fueron un desperdicio. Era la última vez de tantas cosas. Y sin embargo… La elegancia se quedó a la espera. Iniesta se lo hubiera merecido.
La frase
“La última vez de todas las cosas”
De la vida diaria