De lo ordinario, lo extraordinario, los incendios y el estilo
Pedigrí. A la vieja usanza, los culés más veteranos pudieron decirle a los menos avezados en la durezas de militar en lo blaugrana al fin eso de “yo sí que he visto dramas”. Una frase que viene a denotar un indudable pedrigrí barcelonista en el que la pronuncia. Para la generación de los ‘levantarecopas’ (los nacidos en los 60 y 70) ser del Barça no era nada sencillo y por eso miran a los culés milennials o, como mucho, post Barcelona 92 con desdén. Estos últimos han vivido años de abundancia y de éxito. Les falta el sufrimiento, la cicatriz de Sevilla ante el Steaua, esa que pensaban que lo cauterizaba todo. Una marca de guerra como la de los antiguos galos. Eso de “Yo estuve en Gergovia” en idioma culé se traduce por “Yo estuve en Sevilla”. Así, que un buen sistema para detectar culés old school es el de verles ayer tomarse la debacle del Olímpico de Roma con filosofía mientras se tomaban un vermut con olivas. Ese, estuvo en Sevilla. Los que ni salieron a la calle, no saben lo que es sufrir.
Lo ordinario. Dijo Valverde en la previa del partido ante la Roma que la intención del Barcelona era que no pasara nada extraordinario. Mal vamos. Siempre he defendido a Valverde y me sigue pareciendo que lo que ha hecho con un equipo que apuntaba a desguace en agosto, es algo digno de elogio. Pero renunciar a lo imprevisible va en contra de la naturaleza del Barça. Un equipo que tiene a Messi y el talento que le rodea debe de apostar siempre por lo inesperado. Eso es de primero de Cruyff. No garantiza el éxito, pero sí el respeto. Y puestos a ser resultadistas, todos los Barças memorables de la historia han sido más de inspiración que cartesianos.
Los incendios. Lo que no ha cambiado desde Sevilla hasta ahora es la tendencia pirómana del barcelonismo, que ante debacles más o menos trágicas, dependiendo de la edad de quien las contempla, se levanta al día siguiente desayunando un bidón de gasolina dispuesto a quemarlo todo. Ya les puedes pedir paciencia, que la Liga está prácticamente ganada y que hay una final de Copa en el horizonte y que un doblete es algo realmente extraordinario. Nada puede con el ansia pirómana de un barcelonista enfadado.
Reset. Ante estas situaciones, la receta de los más sabios (que no comparten los del palco) es preguntarse qué haría Johan: pelota al suelo, abrir bandas y marcar, siempre, uno más que el rival.