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Sí era penalti. Cuando el marroquí Benatia derribó a Lucas Vázquez en el último suspiro, mi corazón se aceleró como una locomotora. Como a miles y miles de madridistas, que vivían angustiados tras sufrir una derrota incontestable que estaba a punto de arrojarnos a un precipicio cuyo fondo hubiese sido oscuro y tenebroso para el futuro del vigente campeón de Europa. Llegamos al minuto 93, nuestro minuto mágico en Champions, con un 0-3 que era tan desconcertante como sonrojante. No estaba previsto en ningún escenario vernos en ésas. Mi Marcos me llamaba desesperado por teléfono pidiéndome explicaciones y yo no sabía quÉ decirle. La congoja tenía atorado mi cerebro, aturdido ante la posibilidad de vernos fuera a pesar del súper resultado de Turín. Por eso el penalti señalado por Michael Oliver, para mí con pleno acierto, fue como un bote salvavidas en mitad de la evacuación del Titanic. No quería la prórroga bajo ningún concepto. Ante un bloqueo mental y físico, la Juve hubiera sido letal en el llamado extra time. La expulsión de Buffon añadía alicientes a esa suerte final de matarife, que maneja Cristiano como nadie. El penalti le estimula, no le asusta la responsabilidad. La asume y la quiere. En su ambiciosa cabeza no existe la palabra “presión”. Lo lanzó a la escuadra con la tranquilidad con la que Drazen Petrovic se lanzaba triples desde Sibenik. No fue sólo un gol más. Fue una transfusión de vida. Salvó la temporada. Qué respiro... 

Como en 2012. La situación, tan dramática como desconcertante tras el 0-3 de Matuidi, me recordó a lo acontecido hace seis años. Al Barça le eliminó el Chelsea en semifinales, con penalti errado por Messi y gol de Fernando Torres incluido. Un día después, el Bernabéu se las prometía muy felices con la euforia añadida de ver a tu eterno enemigo en la cuneta. Pero llegaron los famosos penaltis (fallaron Kaká, Cristiano y Ramos) y nos quedamos con cara de memos. Esta vez el esquema emocional era similar. Bernabéu eufórico y feliz tras la cantada del Barça en Roma en la víspera, a lo que se añadía la caída del City de Guardiola, al que el madridismo ve como un Barça B al estar ahí Pep. Tanta felizidane hizo que el personal entrase al campo echando cuentas sobre quién nos tocaría en el sorteo de semifinales. Nos olvidamos de que enfrente estaba la Juve. La siempre inquietante y todopoderosa Juve. Y se pusieron 0-1. Primeros sudores. Y 0-2. Ay mi madre que el estómago aventura terremoto intestinal. Y llegó el 0-3. Pánico en el estadio. Desazón. Vértigo. Sensación de ridículo sin precedentes. Ganas de llamar al 112 para que nos diera soluciones. Y Modric lesionado. Y Casemiro y Bale en la ducha desde el descanso. Y el sancionado Ramos en la bocana de vestuarios mordiéndose las uñas. La prórroga permitía imaginar un desenlace más cruel todavía. El cuarto gol de la Juve obligaba a los de Zidane a meter dos. Muro insalvable. Pero llegó el penalti, llegó Cristiano y desterró nuestros miedos. Balón a la escuadra y clasificación consumada. Como te quiero, crack. ¿Qué sería de nuestras vidas si no estuvieras aquí?

Gracias afición. Ya saben que una de mis frases favoritas es que no hay gloria sin sufrimiento. Así lo entendió la fiel afición blanca, que se ve por octavo año consecutivo en semifinales de la Champions (ningún otro equipo lo ha logrado jamás) y mañana en el sorteo de Nyon. Me trasladan su felicidad mis amigos Sergio Nieto (socio número 1 del Madrid con 93 años), Miguel Ángel Álvarez (peña Plana Blanca de Castellón) y Antonio, el Lotero de Fuengirola, con su guasa habitual (“Arza, vaya paliza le dieron al Barça”). Ufff. Cómo sufrimos.