Al Sevilla sólo le sobró el final de su partido contra el Barça. Como desde que llegó Montella, fue un equipo reconocible. Jugó sencillo pero efectivo. Con el robo de balón y el fútbol vertical por bandera. Le sacó los colores al Barça y se puso 2-0, lo que sólo había hecho la Real Sociedad este curso. Sostenido en el poderío de Nzonzi, el fútbol de talento del Mudo Vázquez, el desequilibrio de Correa y el tremendo corazón de Navas, qué partido el suyo, sólo le faltó la espada de Muriel. El colombiano es un delantero buenísimo porque da lo que muy pocos: un radio de acción inmenso que permite que el equipo genere fútbol mientras él abarca campo. Con el gol, sin embargo, es justo admitir que tiene un problema.
El Sevilla debió rematar al Barça cuando boqueaba. Le faltó la última bofetada al ring y quien se la dio al final fue Messi. Demasiado castigo para un equipo que remó y que tal vez necesitaba ese subidón con vistas al Bayern. No debería, sin embargo, desanimarse el Sevilla. Durante un buen rato zarandeó al campeón. Ha encontrado una manera de jugar que le funciona y tiene jugadores para hacer daño. Eso sí, la lección que recibió en los últimos minutos de cara al martes fue devastadora. Pecados como el de este sábado en la Champions y delante de un ogro como el Bayern están mucho más que prohibidos. Siempre es peor decepcionarse que aprender. Incluso de tortazos como éste.