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La velocidad tranquila de Ousmane Dembelé

El fútbol es algo muy serio y el Barça no estuvo a la altura. Jugó gran parte del partido ante un Málaga diezmado, valga la redundancia, pues con diez se quedó. Ese es el resumen del partido que hizo don Luis Suárez en Carrusel.

El partido tuvo tan solo una bendición, el juego de Dembelé, que dio una lección de ritmo, especializado en el pase milimétrico. Así dio un gol de antología, marcado por Coutinho.

La de Dembelé es una gestión notable de la estética del juego. Avanza con rapidez, como una gacela, y en un momento determinado se para como si rindiera culto a la pausa mientras corre. Es una manera elegante de disimular su correría; cuando le centró a Coutinho para que éste marcara ese gol inefable dio por inaugurada la que puede ser la temporada alta del propio Dembelé.

Por qué luego el Barça se dejó ir hasta la inanidad no es un misterio; la incógnita se despeja pensando en el Chelsea del miércoles, que es una batalla muy seria.

El Málaga (mi recuerdo para Antonio de la Torre, que nunca pierde la esperanza) plantó cara a un equipo grande pero defectuoso, con su cabeza en otro lado.

La grada, incendiada por la presencia del abismo, pidió que la directiva se fuera. No sé si los jugadores malaguistas se merecen este desdén, pues los que juegan son ellos y no los directivos. Mientras el partido dura, ellos son los que se la juegan.