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Butarque engaña

Butarque engaña. En sus muros nada es lo que parece. Ni siquiera parece un estadio de Primera. Pequeño, coqueto, sin palcos privados, ni zarandajas. También el sol se disfraza cuando asoma por su horizonte. Esta vez bañó sus gradas mintiendo al personal. Se intuía una tarde agradable. De chaqueta y gorrilla como mucho. Pero hacía frío, mucho frío. Del climatológico y del futbolero.

Apenas se sintió el ambiente de una gran tarde en la que te visita el campeón de Europa. La morfina de la cotidianidad en la élite ha amodorrado a una parroquia que se ha acostumbrado a ver gigantes cabalgando por su césped con once Quijotes blanquiazules tratando de derribarlos. Hace un par de años sólo era un sueño. Aquí apenas había molinos. Eran tiempos de Segunda o Segunda B que ahora se atisban alejados. Como si fueran siglos. Un espejismo. Porque Butarque engaña.

En su césped Bustinza no mide 1,75. Su figura se alarga casi tanto como su valentía. Metros y metros corajudos enrollados en un futbolista menudo que ya es ídolo al sur de la capital. Ídolo por bemoles. No hay lugar donde no sea capaz de meter la cabeza, la pierna o lo que haga falta. Hasta en una trituradora, si hiciera falta. En tal caso, pobre trituradora.

Marcó con casta e ímpetu, jugándose la testa, ésa que salvó sobre la misma portería un gol ante el Espanyol como si fuera un frontón. El público lo celebró más que un gol. Lo de ahora lo fue. El primero que logra en Primera. El primero como futbolista del Lega. Otro más fruto de la factoría de peligro que es la pizarra de Jaime Pérez, el segundo de Garitano.

La ilusión se disparó. Había esperanza por lograr la gesta. La segunda parte del Pepinazo se diluyó en otra mentira que sumarle a este estadio que también sometió al Real Madrid al influjo de su ficción. En Leganés el plan B fue el plan A. Con A de Asensio. Con B de Bale. Aunque el galés empieza a acostumbrarse a verse en el banquillo.

En este partido al menos lo hizo por primera vez en Butarque. Jamás había pisado estas tierras. Cuando salió el silencio dominó el recinto. Como su juego últimamente, también silencioso porque no dice nada. Su máxima aportación fue discutirle a Ramos el penalti del 1-3. Lo tiró el capitán para dibujar un resultado engañoso. No mereció tanto castigo un Leganés que ya mira al sábado, contra Las Palmas, para afrontar su verdadera final. Lo de esta vez era sólo un ensayo aunque no lo pareciera. Porque Butarque engaña.