Tercer tiempo

Los dioses vivientes

Vi el Valencia-Madrid en Ginebra, en un bar que fue anarquista, Le Vieux Martin. Un hombre que había bebido hasta alegrarse dijo en francés, cuando ya el Madrid ganaba: “¿Y es verdad que Cristiano Ronaldo se hizo la cirugía estética?” Lo dijo exactamente cuando el admirado Jorge Valdano decía en la televisión que Parejo juega como los dioses, o eso entendí en medio del ruido del bar. Cuando se habla de dioses todo se confunde con Cristiano, que es sobre todo un indudable dios del fútbol. A él se debe esta maniobra de rectificación que acometió Zidane en buena hora para su equipo. Lo salvó de la anarquía.

Pulpo y paella

El bar es también un restaurante popular, puesto ahí, en el corazón de Ginebra, por un gallego que sirve paella los viernes y pulpo a la gallega todos los días. Y junto al televisor de 65”, tres escudos: arriba, el Madrid, y debajo, igualados, el del Depor y el del Barça. El escudo del Madrid se comió la paella, los blancos (azules esta vez) se reivindicaron frente al arroz y las naranjas. Vi el partido con un librero peruano que se llama como el Cid, Rodrigo Díaz, y con un profesor venezolano, Raúl Díaz, que viene del béisbol. A ninguno le ponía demasiado el partido, pero coincidieron con Valdano: hubo momentos de dioses.

Reivindicación

La conjunción Marcelo/Asensio fue un mensaje del Madrid que fue a Valencia por naranjas y se trajo cuatro, y al equipo che lo dejó mirando a la luna de Valencia. Zidane fue por naranjas y las consiguió. Esa dupla, Marcelo/Asensio, representa al viejo Madrid que cuando agarraba una pelota fresca la conducía con convicción. Ese fue un gol de dioses, al menos de dioses madridistas. En un minuto se reivindicaron. Ya se había reivindicado Cristiano, y luego se reivindicó Kroos. Imaginé el alivio de mi amigo Roncero, el respiro de Zidane. Se le vio luego, cuando abrazó a Marcelino.

Abrazo de rivales

Aunque le importara relativamente, el partido era crucial para el ánimo madridista. Y es curioso, pero el primero que lo levantó fue Zidane, gracias a Marcelino, su rival del sábado. Zidane no se merece tal descrédito, dijo el valencianista. Tiene razón, no puedes ser dios y luego ser demonizado en cuanto pierdes… Cuando se abrazaron, al final, observé a Zidane muy locuaz con Marcelino. Méritos tiene el noble entrenador francés, y entre ellos está el sentido de la gratitud. Son estampas que me gustan en el fútbol porque hace humanos a los dioses, también a los dioses provisionalmente caídos.

Rabia del Espanyol

Se comprende el enfado del Espanyol, pudo haber eliminado al Barça en Copa. Hizo muy digno juego. Pero no pudo con Messi. Llevar luego a juicio las diferencias de decibelios en lo que se dicen futbolistas y aficionados durante los partidos es como ir por naranjas al mar. Esa denuncia a Busquets (¡a Busquets!) y a Piqué es más una rabieta que rabia propiamente dicha. Si los equipos llevaran a los contrarios a los juzgados por lo que dicen en los apresuramientos postpartido no habría otras noticias que las judiciales en la prensa deportiva. A la denuncia debería seguirle un abrazo, que para eso se hacen las riñas del fútbol.

Elogio de Cristiano

Aquella copla asturiana termina así: “Metí la mano en el agua/ La esperanza me mantiene”. Lo que Cristiano le dio al Madrid en Valencia fue esperanza, y de eso se trataba el partido previo a la lucha contra el PSG. Si está Cristiano, el Madrid tiene esperanza, y se la deseo desde esta tribuna de As. Demasiada incertidumbre se le ha creado recientemente en su equipo al mejor de todos. No es lo mejor para este tiempo ponerlo cada semana en la ruta de ida para hacerle sitio a otro. En esto el fútbol no sólo es despiadado, es idiota. A este Cristiano le queda mucho Madrid por delante.

“A la mar fui por naranjas/ cosa que la mar no tiene”

 Canción popular asturiana