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Cuando Asensio emboca, desprecien la suerte

Un discreto partido, y sólo eso fue el Real Madrid-UD Las Palmas, alojó una obra cumbre del fútbol, el prodigioso disparo de Asensio en el segundo gol, uno de esos momentos que duran una décima de segundo y permanecen para siempre en la memoria de los hinchas. De ese material mágico está construido este juego. Muchos espectadores se llevaron las manos a la cabeza, en señal de incredulidad. Otros no lograban borrar el gesto de asombro. Algunos no lo vieron. Estaban a otra cosa en el partido y no disfrutaron del glorioso impacto del zurdo con la pelota. Todo fue tan repentino y preciso que el gol tardó un poco en digerirse. No se sabía si había sido real o soñado.

Nunca le han faltado rematadores de larga distancia al Real Madrid. Durante unos años disfrutó del más famoso, y probablemente el mejor que ha producido el fútbol. Ferenç Puskas, llegó al equipo con 30 años, acreditado como el fenómeno anterior a Di Stéfano. El argentino fichó en 1953 y un año después el Real Madrid ganó su primera Liga desde el final de la guerra civil. La primera temporada de Di Stéfano, que marcó buenos goles desde fuera del área, pero casi prefería rebañarlos dentro, coincidió con el último gran año del Honved y de la selección húngara. Puskas era su estrella.

Leyenda. En Berna, Hungría perdió frente Alemania la final de la Copa del Mundo. Puskas había sido mucho más que un fabuloso rematador. Tenía habilidades casi desconocidas en su tiempo, además de un liderazgo indiscutible. Cuatro años después de la derrota de Berna fichó por el Real Madrid. Apenas había jugado en los dos años anteriores, exiliado tras la invasión soviética en Hungría. No era el mismo Puskas de sus grandes días en el Honved, pero le dio tiempo para construir una fabulosa segunda carrera y para consagrarse como un chutador mítico.

Puskas, zurdo como Asensio, tenía un don innato para golpear la pelota con naturalidad, precisión y violencia. De su remate largo se esperaba el gol, es decir lo extraordinario. Hay muchos rematadores que marcan goles de larga distancia, pero no invitan a la seguridad. Cristiano es uno de ellos. Aunque ha clavado tiros sensacionales, no garantiza un alto porcentaje de acierto, ni en el gol, ni en la dirección del tiro. Es una diferencia crucial entre el rematador tenaz y el chutador de cuna.

El público sentía que Puskas anticipaba el gol en sus remates. Si no entraban, y con toda seguridad fueron mayoría los que no entraron, se interpretaba como una sorpresa. Disponía de una condición natural, de una prestancia en el tiro que no se aprende. Con Asensio ocurre lo mismo. Apenas lleva un año en el Real Madrid y ha marcado goles sensacionales, de una pureza incomparable. En la Supercopa embocó dos al Barça. Fueron brillantes por la precisión (los dos entraron por la escuadra) y especialmente por la plasticidad, por la manera de acomodar el cuerpo, de equilibrarlo, de golpear con violencia, pero sin esfuerzo.

Asensio también transmite la extraña sensación de Puskas. Sorprende cuando sus remates no entran. Hay una seguridad absoluta en su manera de golpear. Cualquier aficionado al fútbol sospecharía del golazo que marcó al Las Palmas. Era un tiro tan difícil de precisar que lo normal sería atribuir esa maravilla a la suerte. Sin embargo, con Asensio sucede algo casi mágico. Desde que el chico apareció en el Madrid, el Bernabéu sabe que Asensio es un Puskas de nuestro tiempo. Sabe, en definitiva, que sus golazos nunca admiten la sospecha de afortunados.